"Pedro Café" fue sanitario de la guerrilla. Usa lentes redondos y cabello largo recogido en una coleta. Es muy expresivo cuando relata la guerra. Puede subir a una banca, tirarse al suelo, dar vueltas, simular un avance nocturno en posición vietnamita o la picadura de una serpiente. Es un histrión completo cuando quiere contar una aventura de guerra o de amor.
Geovani Galeas/Berne Ayaláh
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Pero es al mismo tiempo un hombre seco, parco, que parece simular confusión en sus recuerdos cuando se trata de la matanza de sus compañeros. Y no es porque no quiera hablar de ello, es porque en su alma anida un dolor ahogado en todos estos años de silencio, un grito pausado que se agazapa en su pecho, como esperando el momento de salir, un grito de rabia y de vergüenza. Cuando finalmente decide hablar del tema reflexiona tan crudamente que es imposible no creerle. Una de sus primeras reflexiones compartidas con nosotros es contundente:
-Por acción u omisión, todos los que estuvimos en el paracentral somos cómplices. Yo me siento culpable porque no dije ni pío. Los asesinados eran gente buena, gente que se entregó de lleno a la revolución, dio lo mejor de su vida y no les importaba haber muerto combatiendo frente al enemigo. Pero no se imaginaron morir a manos de sus mismos compañeros, acusados en esa forma, pues el sentido común dice que al menos había que darles el beneficio de la duda. Porque alguno o algunos puede que hayan sido infiltrados, pero no esa cantidad. Es que si todos los asesinados hubieran sido infiltrados, en una sola noche le hubieran dado vuelta al frente.
"Pedro" es licenciado en filosofía y veterano de dos guerras: la sandinista y la salvadoreña. Peleó en ambas como oficial de sanidad. Aunque ese término suene suave o hasta contradictorio, lo cierto es que estuvo en ataques en plena línea de fuego con fuerzas especiales y unidades regulares de élite, en emboscadas, golpes de mano y maniobras de campo abierto. En él se juntan dos cualidades: las del curandero y la del guerrero.
Vivió sus años de infancia y juventud en las barriadas del norte de San Salvador, y como muchos de los jóvenes setenteros, como él mismo lo señala, pasó de un existencialismo difuso a una vida con los ojos puestos en la revolución. En la búsqueda de sí mismo y del sentido de la vida, como solía decirse por entonces, un día decidió echarse a la carretera y comenzar un viaje de mochilero que lo llevó por varios países. Cuando entre 1978 y 1979 estalló la insurrección popular contra la dictadura somocista en Nicaragua, "Pedro" estaba allí, por casualidad, y no vaciló en sumarse a la rebelión.
Después del triunfo se integró al Ejército Sandinista, en el cual ganó el grado de teniente combatiendo en las montañas a las fuerzas contrarrevolucionarias. Ahí también se especializó en técnica odontológica. A mediado de los años ochenta entró en contacto con miembros de las FPL que estaban destacados en Managua, y a principios de 1987 aceptó la propuesta de venir a combatir a El Salvador.
Ingresó a las zonas guerrilleras por el frente occidental, por el lado de Metapán, y ya desde ahí comenzó a sentir el asedio de los ataques aéreos y artilleros. Semanas después caminó hasta Chalatenango. Ahí el comandante "Leonel González" le dio las instrucciones precisas de la misión que iría a cumplir al frente paracentral.
Al salir de Chalatenango pasó por la zona guerrillera de Radiola, y fue ahí donde comenzó a escuchar el nombre de "Mayo" Sibrián", asociado a vagas historias de "serios problemas de infiltración enemiga". También ahí conoció a un joven radista con el que trabó amistad, y que también estaba en ruta hacia el paracentral, al que finalmente entraron, en el mes de octubre, por Cerros de San Pedro hasta llegar a la zona de Gavidia.
Cuando él y su compañero se presentaron ante el comandante del frente, se encontró con un hombre no muy alto y de mirada esquiva al que ya conocía, pues era el mismo que un tiempo atrás le había dado un seminario político en Managua. El saludo entre ambos fue frío y parco. Un par de meses después, "Pedro" envió una carta a su amigo radista, que había sido enviado a otra subzona. En la carta le contaba que estaba alfabetizando y trabajando en el hospital, "un jardín rodeado de hermosas flores", decía en alusión a las compañeras que ahí se desempeñaban. No recibió respuesta y pasó un tiempo en el que no volvió a ver a su amigo.
-Pero en un viaje que hicimos para traer abastecimientos, me lo encontré y lo noté muy cambiado, muy evasivo, ya no era el mismo. Al correr de los días, allá por diciembre, vinieron unas fuerzas de Chalatenango y se rompieron muchos esquemas que había en la tropa del paracentral, incluso se hizo una fiesta en el campamento. Los de Chalate pusieron un casete de los Credence, y los del paracentral estaban todos asombrados por ese tipo de música. Ninguna compañera quería bailar una música tan rara. Entonces, para romper el hielo, comencé a bailar solo, haciendo pasos medio psicodélicos, y los de Chalate se sumaron al deschongue.
El comandante "Mayo Sibrián" lo mandó a llamar al siguiente día:
-Lo primero que hizo fue mostrarme la cartita que yo le había enviado a mi amigo. ¿Qué significa esto?, me dijo bien serio. Le expliqué que ese mensaje era simplemente un gesto de cortesía y de amistad hacia un compañero, y agregué que ambos éramos solteros y que por eso había escrito los de las flores hermosas. No es correcto escribir esas cosas, me dijo, y me reclamó lo de la fiesta: Ni esa música ni esa manera de bailar son de un revolucionario; usted también anda hablando cosas que vio en otros países, y tampoco eso está bien, a la tropa no le ande contando babosadas. Usted tiene pensamiento pequeñoburgués, por lo tanto ya no puede seguir alfabetizando a los compañeros, porque los puede influir con esa mentalidad pequeño burguesa, me dijo.
Y continúa:
-Ahí mismo me degradó, me quitó la condición de militante del partido que me habían dado en Managua. Entonces pasé como seis meses sin fusil, porque "Mayo" me dijo cara a cara que tenía que ganarme la militancia, el fusil y la categoría de combatiente. Esos seis meses me los pasé como sancionado prácticamente, moliendo maíz y acarreando todas las noches los abastos, cargando bultos por esos cerros y sin fusil.
"Pedro" da un salto de memoria y de pronto evoca a un compañero por el que llegó a sentir afecto y admiración:
-Nunca supe su nombre legal, solo le decíamos "el Maestro". Era universitario y jefe de taller de explosivos. Una persona muy especial por sus conocimientos, su talento técnico y su generosidad. A él lo ejecutaron en Cerros de San Pedro". Se trata, evidentemente, del mismo muchacho de apellido Roque del que ya con anterioridad no habló "Goyo".
-El jefe de Cerros de San Pedro era "Carlos", y a él mismo le mataron después a la mujer y a dos hermanas de ella-, continúa "Pedro"-, yo no sé, no les puedo decir en verdad cuántos fueron los muertos, pero con uno que haya sido matado de esa forma como lo hacían... A una compañera llamada "Pasita" incluso llegaron a meterle un tizón prendido en la vagina. A otros les reventaron la cabeza con grandes piedras los mismos compañeros. Eso no es de revolucionarios... Si nosotros nos metimos a esta mierda precisamente por combatir esos métodos.
"Pedro" no vio, pero le contaron otros compañeros, la ejecución en masa de los miembros de un pelotón de veteranos. Por el mismo motivo de la sospecha fueron colgados de las piernas en los árboles. Los ejecutores les comenzaron a pegar garrotazos en las cabezas, cumplieron la rutina en varias rondas. En cada ronda iban muriendo algunos, con la masa gris a flor de piel, otros fueron desangrándose y muriendo en la ronda siguiente, hasta que no quedo ninguno con vida.
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