miércoles, 29 de octubre de 2008

En el nombre de Mayo Sibrián

Pienso en Paty, la linda psicóloga de la UCA torturada y después asesinada; en Ana, amarrada, quebrada de brazos y piernas; pienso en Lucas pidiendo aunque fuera orines para beber antes de ser ahorcado; en el pelotón de muchachitos que llegaron del refugio, fusilados de una vez; en el pelotón de veteranos colgados de los árboles y muertos, todos, a garrotazos: pienso en El Maestro, ingenioso zapador, asesinado también; pienso en Anacleto, un "ser maravilloso", en Chamba, en Rogelio, en Verónica, y no encuentro la respuesta.


Berne Ayaláh
Escritor salvadoreño
redaccion@centroamerica21.com

Fueron torturados salvajemente, fusilados, dejados desangrar luego de palizas con garrote o a pedradas. Primitivo modo de destruir la vida. Cualquiera pensará que eso lo hicieron los escuadrones de la muerte, paramilitares o la guardia, pero no es así, fueron sus mismos compañeros de de las FPL.

En el nombre de Mayo Sibrián alguien destruyó los rastrojos de lo que quisimos ser. Esas imágenes persiguen en las noches a los sobrevivientes. En sus humildes casas habita el recuerdo de lo que parece no tener una explicación satisfactoria.

¿Cómo es que permitieron que sucedieran esas cosas tan horribles, tan despreciables, cómo es que permitieron que se manchara el nombre hermoso y juvenil de la revolución, la mujer más amada por tantos?

La comisión política y el Estado Mayor de las FPL, envía a Mayo Sibrián como máximo jefe del frente para central Anastasio Aquino. Su llegada se produce en el invierno de 1986. Ocupa ese cargo hasta el año 1991, cuando es ordenado su fusilamiento por los que comparten la misma responsabilidad en esos hechos.

En esos cuatro años se produce la historia más despreciable de la guerrilla salvadoreña: cientos de guerrilleros y guerrilleras son torturados y fusilados debido a la sospecha de que eran agentes infiltrados del ejército.

Los métodos utilizados para matar a su misma gente no pueden ser admitidos ni en un estado de guerra ni en contra de ningún se humano, superan cualquier intención de justicia, por falsa que sea.

No debe darnos miedo decir estas cosas, porque al conocerlas es imposible no sufrirlas, es inevitable entregarla a sus familias, a los sobrevivientes, a nuestra cultura, porque callar es una manera de ser cómplices de la tragedia de esos seres que aún se encuentran adoloridos en esos montes, donde se les mató como a animales. Callar es vergonzoso.

¿Cómo entender que se puede romper los huesos de cientos de guerrilleros a garrotazos, meterlos heridos bajo tierra hasta dejarlos morir. Cómo explicar que tienes al frente un pelotón de muchachitos adolescentes y les metes una ensarta de balas, frente a sus compañeros?

¿Cómo explicar que un sociólogo, una psicóloga, un estudiante de química, un estudiante de medicina, campesinos, sindicalistas, entre tantos más que decidieron arriesgar sus vidas en la lucha guerrillera, hayan sido asesinados tan salvajemente en el nombre de la revolución?

Qué fácil les pareció a los autores intelectuales enviar un equipo de comandantes para fusilar a Mayo Sibrián, para después decir aquí todo terminó. Qué fácil, verdad, hacer eso después de cuatro años, durante los cuales los informes de los sentenciados llegaron a Managua, de donde regresaba siempre un SÍ de autorización para continuar la cacería.

Las muertes del llamado caso Mayo Sibrián superan los límites del territorio de su mando, pues por igual fueron fusilados muchos más en otros frentes de guerra, como en el frente Feliciano Ama, y también en Nicaragua hay tumbas de guerrilleros de las FPL que también fueron fusilados clandestinamente.

El juicio y fusilamiento contra Mayo Sibrián expresa uno de los mayores males de nuestra especie. Los males no se aplacan con otros males, menos si son similares. Salvo que políticamente se busque con ello otro resultado.

La guerra civil tiene lugar en nuestra historia entre otras cosas, debido a lo métodos de tortura y asesinato practicados de manera generalizada por el ejército y muchos cuerpos paramilitares. Es el punto más común de las cinco organizaciones guerrilleras, la lucha contra la dictadura militar. En eso no hay discusión.

Pero esa guerrilla se apropia de aquello que más desprecia, aquello que es su motivo y causa, la abolición de la tortura, el asesinato como resultado del procedimiento sumarial, y pasa a imitarlos.

La grandeza de las Fuerza Populares de Liberación estribó en haber logrado copar el desborde producido en cientos de cantones y caseríos, donde la gente se organizaba por el hambre y por la represión del ejército.

Miles de hombres y mujeres llegaron al frente para-central Anastasio Aquino, para luchar contra esos males, cientos de ellos murieron en combate, pero igual cientos murieron, luego de ser torturados, por sus propios compañeros, y cuando se quiere terminar con la barbarie se sigue con el mismo procedimiento, fusilar al "único responsable".

Ese mal no murió allá, sigue vivo aún en los verdaderos intelectuales de todos esos crímenes. Por eso la muerte de Mayo es también simbólica, y de igual manera es un hombre que fue llevado, aplaudido, imitado, admirado por todo lo que hizo.

Y esos mismos que lo empujaron al precipicio, que le pidieron consejos, que lo mencionaban como ejemplo de pureza revolucionaria, como salvador de un frente de guerra, al darse cuenta que todo ha sido una mentira, que se ha tratado de vulgares asesinatos de combatientes, y que en todo caso, ellos también son autores intelectuales del crimen, con mayor responsabilidad inclusive por su nivel de mando, optan por fusilarlo y así, según ellos, borrar los hechos.

Pero se equivocaron, ese fusilamiento es la mayor lección de ese episodio, es la mayor evidencia del crimen, pero sobre todo es la mayor evidencia de que hubo otros autores intelectuales, que siguen vivos y que con la mayor de las desvergüenzas se pavonean hoy como representantes de una revolución, que a su juicio, no ha muerto.

La verdad es demasiado abrumadora. Una vez te sientas en la casa de muchos de esos sobrevivientes, los vez viejos, traumatizados por una historia que nunca saldrá de sus vidas pues no hay más traición, no hay más dolor que haber sido asesinado por los tuyos sin que nadie de los de arriba haya puesto una palabra para evitarlo, y más bien lo haya autorizado, sin que ninguno de ellos haya puesto una palabra de aliento hasta estos días, al menos para pedir perdón en cada uno de esos ranchos.

Geovani Galeas y yo hemos ido a la zona de la matanza, hemos visitado esos ranchos, hemos hablado con esos viejos guerrilleros, hemos tocado conmovidos el espanto de sus recuerdos.

Hoy volvemos a acurrucarnos frente a los cerritos de tierra, como cuando niños, para rascar en busca de aquella preciosa figura que no hemos visto en años, hoy hemos comenzado a escribir esas historias. Tenemos una esperanza: encontrar las tumbas.

Los verdaderos responsables siguen escondidos en fueros dudosos, en clamores populares que se sostienen en el desconocimiento que la gente tiene de lo que algunos de ellos fueron capaces de hacer, de omitir, de permitir.

Un argumento básico, por hoy al menos: en todo lo que sucedió con esos muchachos, con las decisiones que tomó Mayo Sibrián y su Estado Mayor, hay una clara, evidente e indiscutible actuación de la cadena de mando en la aplicación de esa doctrina de autodestrucción, hasta el más alto nivel.

De esa no pueden salir, esas preciosas vidas arrebatadas tan vilmente están de nuestro lado. Como dice Pablo Para Andino, que fuera el comandante Goyo de las FPL: "Los cadáveres políticos tardan en descomponerse, pero siempre se terminan pudriendo".

No hay comentarios: