domingo, 30 de noviembre de 2008

martes, 18 de noviembre de 2008

Usted debe responder, señor Sánchez Cerén

lunes 22 de septiembre de 2008







Ethel Pocasangre Campos, (“Crucita”), y su hermana Isis Dagman, (“Sonia”), se integraron a las FPL en los años setentas.

Ethel era psicóloga y trabajaba en la UCA. Isis era doctora en medicina. Eran rubias y tenían los ojos azules. Ambas fueron enviadas a la zona guerrillera de San Vicente.

Los colegas, alumnos y compañeros de militancia de Ethel la consideraban un ángel por su delicada belleza, su dulzura y su entrega a la lucha revolucionaria. “Cuando termine la guerra vamos a necesitar miles de psicólogos por tanto trauma que deja la violencia, ahí voy a tener otra trinchera de lucha”, le dijo a Marta Nolasco, que fue su alumna y que ahora trabaja en el Instituto de Derechos Humanos de la UCA. Isis, por su parte, exponía su vida en las líneas de fuegos para salvar la de los combatientes heridos.

Ethel fue acusada de traición por el mando de las FPL en el frente para-central. El 22 de septiembre de 1986, en un punto ubicado en el cantón San Bartolol, cerca del cerro Buena Vista, en la jurisdicción de San Vicente, sus propios jefes guerrilleros la amarraron y la tumbaron semidesnuda sobre un lodazal.

Durante varias horas la torturaron, golpeándola con un garrote de guayabo, mientras le exigían que confesara y entregara a sus presuntos cómplices. Después fue ejecutada y enterrada en una fosa común junto a otros quince combatientes asesinados de la misma manera ese mismo día.
Isis se detectó quistes en las mamas estando en ese mismo frente, pero sus jefes le dijeron que se trataba más bien de un problema ideológico, y que en realidad lo que tenía era miedo. Su salud comenzó a deteriorarse rápidamente, y solo entonces la enviaron a Cuba. El cáncer estaba ya demasiado avanzado y fue desahuciada. Murió en 1991.

Antes, la madre de ambas, doña Clelia, tuvo noticias del asesinato de Ethel, y en 1987 le envió una carta al máximo comandante de las FPL, Salvador Sánchez Cerén, pidiéndole una explicación y que le entregaran los restos de su hija. Hasta la fecha, Salvador Sánchez Cerén no le ha respondido.

Isis tenía un hijo que, en el momento de su muerte, había cumplido tres años. Ese muchacho, que ahora estudia ingeniería, no conoció a su padre, Abrahán Villalobos, (capitán “Walter” en la guerrilla), que murió en combate, ni tampoco a dos hermanos de Abráham, Carlos y Ramón, también guerrilleros, que fueron ejecutados por sus propios jefes de la misma manera que Ethel.
Ese muchacho me ha contado en estos días cómo su abuela ya octogenaria, doña Clelia, ha sobrellevado en silencio su dolor durante todos estos años, y que no quiere morirse sin saber al menos dónde poner una cruz para su hija Ethel. ¿Será mucho pedirle a Salvador Sánchez Cerén, que ya que anteriormente no quiso darle una explicación a esa madre, al menos le dé ahora el consuelo de indicarle el sitio donde poner su cruz?

Ese gesto de humanidad es lo menos que podría esperarse de una candidato a la vicepresidencia de la República ¿O lo que habrá que esperar es que diga que, por escribir sobre este tema, yo también trabajo “para la inteligencia enemiga” y, por tanto, como traidor a la revolución en la cual milité, merezco el mismo castigo infligido a Ethel y a todos los “infiltrados” del frente para-central?

La historia de la muerte de Ethel, y de sus muchos compañeros asesinados en las mismas circunstancias, está registrada en testimonios, grabados en audio y video, de testigos y protagonistas directos de aquellos acontecimientos. Cuando esa historia sea publicada pronto en forma de libro, por Centroamérica 21, esas grabaciones serán entregadas a Benjamín Cuellar, director del Instituto de Derechos Humanos de la UCA.

miércoles, 29 de octubre de 2008

Pedro Café: "Por acción u omisión todos fuimos cómplices"

"Pedro Café" fue sanitario de la guerrilla. Usa lentes redondos y cabello largo recogido en una coleta. Es muy expresivo cuando relata la guerra. Puede subir a una banca, tirarse al suelo, dar vueltas, simular un avance nocturno en posición vietnamita o la picadura de una serpiente. Es un histrión completo cuando quiere contar una aventura de guerra o de amor.

Geovani Galeas/Berne Ayaláh
redaccion@centroamerica21.com

Pero es al mismo tiempo un hombre seco, parco, que parece simular confusión en sus recuerdos cuando se trata de la matanza de sus compañeros. Y no es porque no quiera hablar de ello, es porque en su alma anida un dolor ahogado en todos estos años de silencio, un grito pausado que se agazapa en su pecho, como esperando el momento de salir, un grito de rabia y de vergüenza. Cuando finalmente decide hablar del tema reflexiona tan crudamente que es imposible no creerle. Una de sus primeras reflexiones compartidas con nosotros es contundente:

-Por acción u omisión, todos los que estuvimos en el paracentral somos cómplices. Yo me siento culpable porque no dije ni pío. Los asesinados eran gente buena, gente que se entregó de lleno a la revolución, dio lo mejor de su vida y no les importaba haber muerto combatiendo frente al enemigo. Pero no se imaginaron morir a manos de sus mismos compañeros, acusados en esa forma, pues el sentido común dice que al menos había que darles el beneficio de la duda. Porque alguno o algunos puede que hayan sido infiltrados, pero no esa cantidad. Es que si todos los asesinados hubieran sido infiltrados, en una sola noche le hubieran dado vuelta al frente.

"Pedro" es licenciado en filosofía y veterano de dos guerras: la sandinista y la salvadoreña. Peleó en ambas como oficial de sanidad. Aunque ese término suene suave o hasta contradictorio, lo cierto es que estuvo en ataques en plena línea de fuego con fuerzas especiales y unidades regulares de élite, en emboscadas, golpes de mano y maniobras de campo abierto. En él se juntan dos cualidades: las del curandero y la del guerrero.

Vivió sus años de infancia y juventud en las barriadas del norte de San Salvador, y como muchos de los jóvenes setenteros, como él mismo lo señala, pasó de un existencialismo difuso a una vida con los ojos puestos en la revolución. En la búsqueda de sí mismo y del sentido de la vida, como solía decirse por entonces, un día decidió echarse a la carretera y comenzar un viaje de mochilero que lo llevó por varios países. Cuando entre 1978 y 1979 estalló la insurrección popular contra la dictadura somocista en Nicaragua, "Pedro" estaba allí, por casualidad, y no vaciló en sumarse a la rebelión.

Después del triunfo se integró al Ejército Sandinista, en el cual ganó el grado de teniente combatiendo en las montañas a las fuerzas contrarrevolucionarias. Ahí también se especializó en técnica odontológica. A mediado de los años ochenta entró en contacto con miembros de las FPL que estaban destacados en Managua, y a principios de 1987 aceptó la propuesta de venir a combatir a El Salvador.

Ingresó a las zonas guerrilleras por el frente occidental, por el lado de Metapán, y ya desde ahí comenzó a sentir el asedio de los ataques aéreos y artilleros. Semanas después caminó hasta Chalatenango. Ahí el comandante "Leonel González" le dio las instrucciones precisas de la misión que iría a cumplir al frente paracentral.

Al salir de Chalatenango pasó por la zona guerrillera de Radiola, y fue ahí donde comenzó a escuchar el nombre de "Mayo" Sibrián", asociado a vagas historias de "serios problemas de infiltración enemiga". También ahí conoció a un joven radista con el que trabó amistad, y que también estaba en ruta hacia el paracentral, al que finalmente entraron, en el mes de octubre, por Cerros de San Pedro hasta llegar a la zona de Gavidia.

Cuando él y su compañero se presentaron ante el comandante del frente, se encontró con un hombre no muy alto y de mirada esquiva al que ya conocía, pues era el mismo que un tiempo atrás le había dado un seminario político en Managua. El saludo entre ambos fue frío y parco. Un par de meses después, "Pedro" envió una carta a su amigo radista, que había sido enviado a otra subzona. En la carta le contaba que estaba alfabetizando y trabajando en el hospital, "un jardín rodeado de hermosas flores", decía en alusión a las compañeras que ahí se desempeñaban. No recibió respuesta y pasó un tiempo en el que no volvió a ver a su amigo.

-Pero en un viaje que hicimos para traer abastecimientos, me lo encontré y lo noté muy cambiado, muy evasivo, ya no era el mismo. Al correr de los días, allá por diciembre, vinieron unas fuerzas de Chalatenango y se rompieron muchos esquemas que había en la tropa del paracentral, incluso se hizo una fiesta en el campamento. Los de Chalate pusieron un casete de los Credence, y los del paracentral estaban todos asombrados por ese tipo de música. Ninguna compañera quería bailar una música tan rara. Entonces, para romper el hielo, comencé a bailar solo, haciendo pasos medio psicodélicos, y los de Chalate se sumaron al deschongue.

El comandante "Mayo Sibrián" lo mandó a llamar al siguiente día:

-Lo primero que hizo fue mostrarme la cartita que yo le había enviado a mi amigo. ¿Qué significa esto?, me dijo bien serio. Le expliqué que ese mensaje era simplemente un gesto de cortesía y de amistad hacia un compañero, y agregué que ambos éramos solteros y que por eso había escrito los de las flores hermosas. No es correcto escribir esas cosas, me dijo, y me reclamó lo de la fiesta: Ni esa música ni esa manera de bailar son de un revolucionario; usted también anda hablando cosas que vio en otros países, y tampoco eso está bien, a la tropa no le ande contando babosadas. Usted tiene pensamiento pequeñoburgués, por lo tanto ya no puede seguir alfabetizando a los compañeros, porque los puede influir con esa mentalidad pequeño burguesa, me dijo.

Y continúa:

-Ahí mismo me degradó, me quitó la condición de militante del partido que me habían dado en Managua. Entonces pasé como seis meses sin fusil, porque "Mayo" me dijo cara a cara que tenía que ganarme la militancia, el fusil y la categoría de combatiente. Esos seis meses me los pasé como sancionado prácticamente, moliendo maíz y acarreando todas las noches los abastos, cargando bultos por esos cerros y sin fusil.

"Pedro" da un salto de memoria y de pronto evoca a un compañero por el que llegó a sentir afecto y admiración:

-Nunca supe su nombre legal, solo le decíamos "el Maestro". Era universitario y jefe de taller de explosivos. Una persona muy especial por sus conocimientos, su talento técnico y su generosidad. A él lo ejecutaron en Cerros de San Pedro". Se trata, evidentemente, del mismo muchacho de apellido Roque del que ya con anterioridad no habló "Goyo".

-El jefe de Cerros de San Pedro era "Carlos", y a él mismo le mataron después a la mujer y a dos hermanas de ella-, continúa "Pedro"-, yo no sé, no les puedo decir en verdad cuántos fueron los muertos, pero con uno que haya sido matado de esa forma como lo hacían... A una compañera llamada "Pasita" incluso llegaron a meterle un tizón prendido en la vagina. A otros les reventaron la cabeza con grandes piedras los mismos compañeros. Eso no es de revolucionarios... Si nosotros nos metimos a esta mierda precisamente por combatir esos métodos.

"Pedro" no vio, pero le contaron otros compañeros, la ejecución en masa de los miembros de un pelotón de veteranos. Por el mismo motivo de la sospecha fueron colgados de las piernas en los árboles. Los ejecutores les comenzaron a pegar garrotazos en las cabezas, cumplieron la rutina en varias rondas. En cada ronda iban muriendo algunos, con la masa gris a flor de piel, otros fueron desangrándose y muriendo en la ronda siguiente, hasta que no quedo ninguno con vida.

Las FPL y Mayo Sibrián

Los militantes de las FPL veían en Cayetano Carpio y los demás fundadores los impolutos guardianes de la moral proletaria, dispuestos a combatir, con odio implacable, no solo al enemigo de clase sino también las desviaciones pequeñoburguesas dentro de la misma organización.

Geovani Galeas/Berne Ayaláh
redaccion@centroamerica21.com

El primero de abril de 1970, no más de doce hombres se reunieron en secreto, en algún lugar de San Salvador, para fundar la que con el correr de los años llegaría a ser la guerrilla salvadoreña más grande y poderosa, pero también la más dogmática y sectaria: las Fuerzas Populares de Liberación, FPL.

Por esas mismas fechas, un grupo de jóvenes universitarios, formados en su mayoría en la corriente social cristiana, ya se había lanzado a la lucha armada clandestina, formando el núcleo inicial de lo que luego se convertiría en el Ejército Revolucionario del Pueblo, ERP

Los fundadores de las FPL provenían de otra tradición ideológica. El 30 de marzo, apenas un día antes de su cónclave clandestino, habían renunciado a su militancia en el Partido Comunista, del cual uno de ellos, Salvador Cayetano Carpio, había sido el Secretario General en los últimos seis años.

Carpio, un panadero de cincuenta años de edad por entonces, se había enrolado en las luchas sindicales desde 1943, y por ello había sido perseguido y encarcelado en varias ocasiones. A finales de los años cuarenta se integró al partido comunista; en 1953 cayó preso de nuevo y fue torturado por la policía. Cuando salió de la cárcel, después de veintiún días de mantenerse en huelga de hambre, sus camaradas lo enviaron a Moscú para que realizara estudios de marxismo-leninismo en la Escuela Superior de Cuadros del Partido Comunista de la Unión Soviética.

Después de cuatro años concluyó su preparación, y luego de una estancia de tres meses en la China maoísta regresó a El Salvador, en 1957. Siete años después, en 1964, fue elegido Secretario General del Partido Comunista. Carpio no solo era un obrero él mismo sino que también era profundamente obrerista. Todo su pensamiento y su actividad tenían por base la afirmación marxista de que la clase obrera es la fuerza motriz de la revolución y es, además, depositaria natural de los más altos valores humanos.

Su radicalismo ideológico, en ese punto, generaba un permanente conflicto con los dirigentes comunistas provenientes de la clase media y aun de estratos económicos altos, intelectuales en su mayoría.

Al asumir la dirección del Partido Comunista, Carpio se concentró en el trabajo de organización obrera, inyectando en los sindicatos un elevado nivel de combatividad que culminó, hacia finales de los años sesenta, con intensas jornadas de protestas y huelgas. El panadero estuvo personalmente al frente de esas luchas, mostrando una tenacidad extraordinaria y un temple combativo expresado en su capacidad de resistencia ante la persecución, la cárcel y la tortura. Su gesta comenzaba a ser legendaria en los círculos de la izquierda salvadoreña.

El plan de Carpio consistía en desatar la violencia insurreccional de las masas. Pero esa voluntad, al menos según su propia percepción, se enfrentaba a la oposición de un bloque de derecha enquistado en la dirigencia comunista, y cuyo dirigente más representativo era Schafik Handal. Ese bloque se inclinaba hacia las formas legales de la lucha política, principalmente hacia la construcción de alianzas electorales con sectores que Carpio consideraba pequeñoburgueses.

Desatada la pugna ideológica entre esas dos corrientes, las posiciones de Carpio fueron finalmente derrotadas en los órganos de dirección partidaria. Aislados, Carpio y sus seguidores más cercanos optaron por la renuncia y por el compromiso de fundar una nueva organización cuyo principal esfuerzo, en esa fase inicial, se centraría en el aspecto militar.

Carpio y sus compañeros se clandestinizaron y a los pocos días comenzaron a ejecutar sus primeras acciones, que básicamente consistieron en asaltar a policías y vigilantes nocturnos para quitarles las pistolas. En los medios obreros, donde eran muy conocidos, comenzaron a preguntar por ellos, y pronto comenzó a rumorearse de que estaban formando una guerrilla. Al parecer no eran pocos los que querían sumarse a ese nuevo esfuerzo, pero ello implicaba una grave amenaza de desprendimientos dentro del Partido Comunista.

Para conjurar ese riesgo, la dirigencia comunista comenzó a propalar una especie, según la cual quienes habían abandonado el partido eran provocadores al servicio del enemigo, y concretamente eran instrumentos de la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos, según lo denunciaría después en varios escritos el propio Carpio.

Esa acusación, o más bien la tendencia a considerar como traición todo desacuerdo político, habría de marcar el aspecto más negativo de la izquierda salvadoreña en su conjunto, y sería la base directa de al menos tres de los hechos más dramáticos que marcan su historia: el asesinato de Roque Dalton en 1975, por parte del ERP; el asesinato de la comandante "Ana María" (segunda al mando de las FPL), ejecutada en 1983 mediante más de ochenta puñaladas por órdenes del mismo Carpio, según la posición oficial de esa misma organización; y la sanguinaria purga masiva realizada en el frente paracentral entre 1986 y 1989 por las FPL.

En una entrevista concedida al Servicio Informativo Ecuménico Popular, SIEP, en julio de 2008, Eduardo Santacruz, un antiguo militante que actualmente es miembro del tribunal de ética del FMLN, relata un detalle sumamente interesante relativo a la ruptura de Carpio con el Partido Comunista.

Santacruz había realizado un viaje a la ex Unión Soviética en esa época. A su regreso a San Salvador se entrevistó en una reunión privada con Carpio, quién le explicó las razones por las que renunciaría al partido, y lo invitó a que lo acompañara a fundar otra organización. Santa Cruz no aceptó, y dice:

-El 30 de marzo (de 1970) Carpio presenta su renuncia, y es aceptada. Entonces él devolvió bienes, entregó documentos y se le facilitaron fondos por algún tiempo, se le facilito vehículo y chofer, que era "Mayo Sibrián", que era el chofer de Carpio.

No es difícil deducir entonces que, muy probablemente, "Mayo Sibrián" fue uno de los fundadores de las FPL; es decir, miembro del primer y casi mítico Comando Central, el máximo organismo de dirección de esa naciente organización.

Contra las "desviaciones pequeñoburguesas" del ERP y otros grupos insurgentes, las FPL se autodefinía como garante exclusiva de los genuinos intereses proletarios, y por lo mismo como la vanguardia indiscutible del movimiento revolucionario salvadoreño. Su estrategia político-militar, definida como Guerra Popular Prolongada, GPP, partía de una certeza: luego de que el movimiento revolucionario derrotara al enemigo local (la oligarquía terrateniente y el ejército), tendría que enfrentar inevitablemente una invasión del imperialismo norteamericano.

Por ello era preciso preparar al pueblo para una larga y sangrienta guerra ("una revolución antioligárquica, anticapitalista y antiimperialista"), mediante la combinación de todas las formas y los medios de lucha, con un principio orientador básico: avanzar siempre bajo la guía del marxismo-leninismo que, se decía en sus documentos, por ser un pensamiento científico era inimpugnable.

Había también otro principio básico: el odio incesante, implacable y consciente al enemigo. Ese odio se expresaba con toda claridad en las dos consignas históricas de las FPL: "Porque el color de la sangre jamás se olvida, los masacrados serán vengados", "No negociaremos jamás sobre la sangre de nuestros muertos".

En sus primeros tres años de existencia, las FPL en su conjunto eran una extensión refleja de las virtudes y de los defectos personales de su fundador y máximo dirigente, Cayetano Carpio. Sus combatientes eran tenaces, severos, abnegados hasta el sacrificio extremo, dogmáticos y sectarios. Todos, independientemente de su origen de clase, habían pasado por un duro proceso de proletarización en su pensamiento y en su estilo de vida.

Dirigentes y militantes vivían con suma austeridad en los mesones más baratos de los barrios pobres, como si de aquellos primeros cristianos de las catacumbas se tratara, y como aquellos mismos practicaban un estricto ritual disciplinario que, en lugar de Dios, tenía por centro el ideal proletario, cuya viva encarnación era Cayetano Carpio.

En 1973, un comando de las FPL, en el que participaban directamente los fundadores y el mismo Carpio, realizó una arriesgada operación que consistió en el asalto, toma y destrucción del Consejo Central de Elecciones. En el refuego, uno de los guerrilleros del equipo de choque cayó herido ya en el interior del edificio, que para ese momento era devorado por las llamas. Sus compañeros lo creyeron muerto y se retiraron del lugar. El hombre, sin embargo, se arrastro entre el fuego y pudo salir de la zona, aunque quedó lisiado en una silla de ruedas durante un buen tiempo. Ese combatiente era "Mayo" Sibrián", y ese episodio pasó a formar parte de la "gesta gloriosa" de las FPL.

Con todo, el marxismo que Carpio había estudiado en Moscú, en los años cincuenta, era una doctrina simplificada y bastante superficial, condensada en aquellos tristemente célebres manuales hechos a la medida de la pequeña estatura intelectual de José Stalin. Por otra parte, la pureza ideológica propugnada por Carpio había hecho posible la mística combativa de los primeros dirigentes de las FPL, pero dogmatizaba y sectarizaba a la organización.

En ese contexto, los militantes de las FPL veían en Carpio y los demás fundadores a los impolutos modelos y guardianes de la moral proletaria, dispuestos a combatir en todo momento y hasta la muerte, con odio implacable, no solo al enemigo de clase sino también las desviaciones pequeñoburguesas que pudieran germinar dentro de la misma organización.

No fue casual entonces que, en 1983, según la versión oficial de las FPL, Carpio considerara una infiltrada a su segunda al mando, comandante Ana María, y le ordenara al jefe de seguridad interna de las FPL, comandante Marcelo, que la ejecutara. La orden fue cumplida en Managua mediante más de ochenta puñaladas... ¿de qué otra manera merece morir un traidor?, habrán pensado los ejecutores.

En el nombre de Mayo Sibrián

Pienso en Paty, la linda psicóloga de la UCA torturada y después asesinada; en Ana, amarrada, quebrada de brazos y piernas; pienso en Lucas pidiendo aunque fuera orines para beber antes de ser ahorcado; en el pelotón de muchachitos que llegaron del refugio, fusilados de una vez; en el pelotón de veteranos colgados de los árboles y muertos, todos, a garrotazos: pienso en El Maestro, ingenioso zapador, asesinado también; pienso en Anacleto, un "ser maravilloso", en Chamba, en Rogelio, en Verónica, y no encuentro la respuesta.


Berne Ayaláh
Escritor salvadoreño
redaccion@centroamerica21.com

Fueron torturados salvajemente, fusilados, dejados desangrar luego de palizas con garrote o a pedradas. Primitivo modo de destruir la vida. Cualquiera pensará que eso lo hicieron los escuadrones de la muerte, paramilitares o la guardia, pero no es así, fueron sus mismos compañeros de de las FPL.

En el nombre de Mayo Sibrián alguien destruyó los rastrojos de lo que quisimos ser. Esas imágenes persiguen en las noches a los sobrevivientes. En sus humildes casas habita el recuerdo de lo que parece no tener una explicación satisfactoria.

¿Cómo es que permitieron que sucedieran esas cosas tan horribles, tan despreciables, cómo es que permitieron que se manchara el nombre hermoso y juvenil de la revolución, la mujer más amada por tantos?

La comisión política y el Estado Mayor de las FPL, envía a Mayo Sibrián como máximo jefe del frente para central Anastasio Aquino. Su llegada se produce en el invierno de 1986. Ocupa ese cargo hasta el año 1991, cuando es ordenado su fusilamiento por los que comparten la misma responsabilidad en esos hechos.

En esos cuatro años se produce la historia más despreciable de la guerrilla salvadoreña: cientos de guerrilleros y guerrilleras son torturados y fusilados debido a la sospecha de que eran agentes infiltrados del ejército.

Los métodos utilizados para matar a su misma gente no pueden ser admitidos ni en un estado de guerra ni en contra de ningún se humano, superan cualquier intención de justicia, por falsa que sea.

No debe darnos miedo decir estas cosas, porque al conocerlas es imposible no sufrirlas, es inevitable entregarla a sus familias, a los sobrevivientes, a nuestra cultura, porque callar es una manera de ser cómplices de la tragedia de esos seres que aún se encuentran adoloridos en esos montes, donde se les mató como a animales. Callar es vergonzoso.

¿Cómo entender que se puede romper los huesos de cientos de guerrilleros a garrotazos, meterlos heridos bajo tierra hasta dejarlos morir. Cómo explicar que tienes al frente un pelotón de muchachitos adolescentes y les metes una ensarta de balas, frente a sus compañeros?

¿Cómo explicar que un sociólogo, una psicóloga, un estudiante de química, un estudiante de medicina, campesinos, sindicalistas, entre tantos más que decidieron arriesgar sus vidas en la lucha guerrillera, hayan sido asesinados tan salvajemente en el nombre de la revolución?

Qué fácil les pareció a los autores intelectuales enviar un equipo de comandantes para fusilar a Mayo Sibrián, para después decir aquí todo terminó. Qué fácil, verdad, hacer eso después de cuatro años, durante los cuales los informes de los sentenciados llegaron a Managua, de donde regresaba siempre un SÍ de autorización para continuar la cacería.

Las muertes del llamado caso Mayo Sibrián superan los límites del territorio de su mando, pues por igual fueron fusilados muchos más en otros frentes de guerra, como en el frente Feliciano Ama, y también en Nicaragua hay tumbas de guerrilleros de las FPL que también fueron fusilados clandestinamente.

El juicio y fusilamiento contra Mayo Sibrián expresa uno de los mayores males de nuestra especie. Los males no se aplacan con otros males, menos si son similares. Salvo que políticamente se busque con ello otro resultado.

La guerra civil tiene lugar en nuestra historia entre otras cosas, debido a lo métodos de tortura y asesinato practicados de manera generalizada por el ejército y muchos cuerpos paramilitares. Es el punto más común de las cinco organizaciones guerrilleras, la lucha contra la dictadura militar. En eso no hay discusión.

Pero esa guerrilla se apropia de aquello que más desprecia, aquello que es su motivo y causa, la abolición de la tortura, el asesinato como resultado del procedimiento sumarial, y pasa a imitarlos.

La grandeza de las Fuerza Populares de Liberación estribó en haber logrado copar el desborde producido en cientos de cantones y caseríos, donde la gente se organizaba por el hambre y por la represión del ejército.

Miles de hombres y mujeres llegaron al frente para-central Anastasio Aquino, para luchar contra esos males, cientos de ellos murieron en combate, pero igual cientos murieron, luego de ser torturados, por sus propios compañeros, y cuando se quiere terminar con la barbarie se sigue con el mismo procedimiento, fusilar al "único responsable".

Ese mal no murió allá, sigue vivo aún en los verdaderos intelectuales de todos esos crímenes. Por eso la muerte de Mayo es también simbólica, y de igual manera es un hombre que fue llevado, aplaudido, imitado, admirado por todo lo que hizo.

Y esos mismos que lo empujaron al precipicio, que le pidieron consejos, que lo mencionaban como ejemplo de pureza revolucionaria, como salvador de un frente de guerra, al darse cuenta que todo ha sido una mentira, que se ha tratado de vulgares asesinatos de combatientes, y que en todo caso, ellos también son autores intelectuales del crimen, con mayor responsabilidad inclusive por su nivel de mando, optan por fusilarlo y así, según ellos, borrar los hechos.

Pero se equivocaron, ese fusilamiento es la mayor lección de ese episodio, es la mayor evidencia del crimen, pero sobre todo es la mayor evidencia de que hubo otros autores intelectuales, que siguen vivos y que con la mayor de las desvergüenzas se pavonean hoy como representantes de una revolución, que a su juicio, no ha muerto.

La verdad es demasiado abrumadora. Una vez te sientas en la casa de muchos de esos sobrevivientes, los vez viejos, traumatizados por una historia que nunca saldrá de sus vidas pues no hay más traición, no hay más dolor que haber sido asesinado por los tuyos sin que nadie de los de arriba haya puesto una palabra para evitarlo, y más bien lo haya autorizado, sin que ninguno de ellos haya puesto una palabra de aliento hasta estos días, al menos para pedir perdón en cada uno de esos ranchos.

Geovani Galeas y yo hemos ido a la zona de la matanza, hemos visitado esos ranchos, hemos hablado con esos viejos guerrilleros, hemos tocado conmovidos el espanto de sus recuerdos.

Hoy volvemos a acurrucarnos frente a los cerritos de tierra, como cuando niños, para rascar en busca de aquella preciosa figura que no hemos visto en años, hoy hemos comenzado a escribir esas historias. Tenemos una esperanza: encontrar las tumbas.

Los verdaderos responsables siguen escondidos en fueros dudosos, en clamores populares que se sostienen en el desconocimiento que la gente tiene de lo que algunos de ellos fueron capaces de hacer, de omitir, de permitir.

Un argumento básico, por hoy al menos: en todo lo que sucedió con esos muchachos, con las decisiones que tomó Mayo Sibrián y su Estado Mayor, hay una clara, evidente e indiscutible actuación de la cadena de mando en la aplicación de esa doctrina de autodestrucción, hasta el más alto nivel.

De esa no pueden salir, esas preciosas vidas arrebatadas tan vilmente están de nuestro lado. Como dice Pablo Para Andino, que fuera el comandante Goyo de las FPL: "Los cadáveres políticos tardan en descomponerse, pero siempre se terminan pudriendo".

¿Por qué Mayo Sibrián?

En las últimas semanas ha estado sonando progresivamente el nombre de ese comandante guerrillero, asociado a una sanguinaria purga que las FPL habría realizado entre sus propias filas, principalmente en el frente-paracentral en los años ochenta. Pero la información al respecto ha sido vaga.


Redacción CA21
redaccion@centroamerica21.com

En realidad, esa matanza de guerrilleros, torturados y ejecutados por sus propios jefes, ha sido hasta ahora un secreto a voces en la izquierda salvadoreña, en cuyo medio se dice normalmente que las víctimas se cuentan por cientos, que Mayo Sibrián estaba desquiciado y que, finalmente, fue enjuiciado y fusilado por orden de la máxima jefatura de las FPL. Esa, al menos, ha sido la versión que los dirigentes de las FPL han aceptado a regañadientes y como mirando hacia otro lado.

Pero hay preguntas básicas que cualquiera puede hacerse. ¿Qué más es posible saber sobre esos hechos? ¿Cuándo, cómo, dónde y por qué comenzó la matanza? ¿Quiénes fueron las víctimas y a cuánto ascendió su número real? ¿Dónde quedaron sus restos? ¿Fue Mayo Sibrián el único victimario, y si no fuera así quiénes son los otros? ¿Hubo además una autoría intelectual no cuestionada ni responsabilizada hasta la fecha?

Berne Ayala y Geovani Galeas se han hecho estas preguntas y se han empeñado en encontrar las respuestas. Han viajado al lugar de los hechos y han entrevistado a algunos de los testigos y de los principales protagonistas de los mismos. La investigación ha comenzado a revelar una historia espantosa de cifras, complicidades y culpabilidades escondidas.

Berne Ayala conoce a profundidad la experiencia guerrillera porque la vivió en carne propia en diversos frentes, en las filas del Partido Comunista. Geovani Galeas fue miembro del Ejército Revolucionario del Pueblo. Ambos son escritores y han publicado reportajes periodísticos y libros sobre los sucesos y los protagonistas de la guerra. Por igual han narrado episodios heroicos y pasajes execrables de la historia del FMLN.

Ambos coinciden ahora en que ninguna de esas historias los había impactado tanto como la de la matanza de guerrilleros, a manos de sus propios jefes, en el frente para-central. En principio, el proyecto de Centroamérica 21 consistía en publicar en nuestras páginas virtuales, en varias entregas, el reportaje sobre el suceso en cuestión. Pero la cantidad y la calidad de la información obtenida impone más bien el formato de libro impreso, que está ya en su fase final de elaboración.

De cualquier manera, en las últimas semanas nuestros lectores nos han preguntado con insistencia sobre la naturaleza, el rumbo y el estado de esta investigación. Para responder esas interrogantes, Centroamérica 21 comenzará a publicar en su próxima edición los primeros avances del libro. Adelantamos sin embargo una conclusión: Mayo Sibrián es solo uno de los involucrados en esta historia, y no es necesariamente su principal protagonista.