miércoles, 29 de octubre de 2008

Pedro Café: "Por acción u omisión todos fuimos cómplices"

"Pedro Café" fue sanitario de la guerrilla. Usa lentes redondos y cabello largo recogido en una coleta. Es muy expresivo cuando relata la guerra. Puede subir a una banca, tirarse al suelo, dar vueltas, simular un avance nocturno en posición vietnamita o la picadura de una serpiente. Es un histrión completo cuando quiere contar una aventura de guerra o de amor.

Geovani Galeas/Berne Ayaláh
redaccion@centroamerica21.com

Pero es al mismo tiempo un hombre seco, parco, que parece simular confusión en sus recuerdos cuando se trata de la matanza de sus compañeros. Y no es porque no quiera hablar de ello, es porque en su alma anida un dolor ahogado en todos estos años de silencio, un grito pausado que se agazapa en su pecho, como esperando el momento de salir, un grito de rabia y de vergüenza. Cuando finalmente decide hablar del tema reflexiona tan crudamente que es imposible no creerle. Una de sus primeras reflexiones compartidas con nosotros es contundente:

-Por acción u omisión, todos los que estuvimos en el paracentral somos cómplices. Yo me siento culpable porque no dije ni pío. Los asesinados eran gente buena, gente que se entregó de lleno a la revolución, dio lo mejor de su vida y no les importaba haber muerto combatiendo frente al enemigo. Pero no se imaginaron morir a manos de sus mismos compañeros, acusados en esa forma, pues el sentido común dice que al menos había que darles el beneficio de la duda. Porque alguno o algunos puede que hayan sido infiltrados, pero no esa cantidad. Es que si todos los asesinados hubieran sido infiltrados, en una sola noche le hubieran dado vuelta al frente.

"Pedro" es licenciado en filosofía y veterano de dos guerras: la sandinista y la salvadoreña. Peleó en ambas como oficial de sanidad. Aunque ese término suene suave o hasta contradictorio, lo cierto es que estuvo en ataques en plena línea de fuego con fuerzas especiales y unidades regulares de élite, en emboscadas, golpes de mano y maniobras de campo abierto. En él se juntan dos cualidades: las del curandero y la del guerrero.

Vivió sus años de infancia y juventud en las barriadas del norte de San Salvador, y como muchos de los jóvenes setenteros, como él mismo lo señala, pasó de un existencialismo difuso a una vida con los ojos puestos en la revolución. En la búsqueda de sí mismo y del sentido de la vida, como solía decirse por entonces, un día decidió echarse a la carretera y comenzar un viaje de mochilero que lo llevó por varios países. Cuando entre 1978 y 1979 estalló la insurrección popular contra la dictadura somocista en Nicaragua, "Pedro" estaba allí, por casualidad, y no vaciló en sumarse a la rebelión.

Después del triunfo se integró al Ejército Sandinista, en el cual ganó el grado de teniente combatiendo en las montañas a las fuerzas contrarrevolucionarias. Ahí también se especializó en técnica odontológica. A mediado de los años ochenta entró en contacto con miembros de las FPL que estaban destacados en Managua, y a principios de 1987 aceptó la propuesta de venir a combatir a El Salvador.

Ingresó a las zonas guerrilleras por el frente occidental, por el lado de Metapán, y ya desde ahí comenzó a sentir el asedio de los ataques aéreos y artilleros. Semanas después caminó hasta Chalatenango. Ahí el comandante "Leonel González" le dio las instrucciones precisas de la misión que iría a cumplir al frente paracentral.

Al salir de Chalatenango pasó por la zona guerrillera de Radiola, y fue ahí donde comenzó a escuchar el nombre de "Mayo" Sibrián", asociado a vagas historias de "serios problemas de infiltración enemiga". También ahí conoció a un joven radista con el que trabó amistad, y que también estaba en ruta hacia el paracentral, al que finalmente entraron, en el mes de octubre, por Cerros de San Pedro hasta llegar a la zona de Gavidia.

Cuando él y su compañero se presentaron ante el comandante del frente, se encontró con un hombre no muy alto y de mirada esquiva al que ya conocía, pues era el mismo que un tiempo atrás le había dado un seminario político en Managua. El saludo entre ambos fue frío y parco. Un par de meses después, "Pedro" envió una carta a su amigo radista, que había sido enviado a otra subzona. En la carta le contaba que estaba alfabetizando y trabajando en el hospital, "un jardín rodeado de hermosas flores", decía en alusión a las compañeras que ahí se desempeñaban. No recibió respuesta y pasó un tiempo en el que no volvió a ver a su amigo.

-Pero en un viaje que hicimos para traer abastecimientos, me lo encontré y lo noté muy cambiado, muy evasivo, ya no era el mismo. Al correr de los días, allá por diciembre, vinieron unas fuerzas de Chalatenango y se rompieron muchos esquemas que había en la tropa del paracentral, incluso se hizo una fiesta en el campamento. Los de Chalate pusieron un casete de los Credence, y los del paracentral estaban todos asombrados por ese tipo de música. Ninguna compañera quería bailar una música tan rara. Entonces, para romper el hielo, comencé a bailar solo, haciendo pasos medio psicodélicos, y los de Chalate se sumaron al deschongue.

El comandante "Mayo Sibrián" lo mandó a llamar al siguiente día:

-Lo primero que hizo fue mostrarme la cartita que yo le había enviado a mi amigo. ¿Qué significa esto?, me dijo bien serio. Le expliqué que ese mensaje era simplemente un gesto de cortesía y de amistad hacia un compañero, y agregué que ambos éramos solteros y que por eso había escrito los de las flores hermosas. No es correcto escribir esas cosas, me dijo, y me reclamó lo de la fiesta: Ni esa música ni esa manera de bailar son de un revolucionario; usted también anda hablando cosas que vio en otros países, y tampoco eso está bien, a la tropa no le ande contando babosadas. Usted tiene pensamiento pequeñoburgués, por lo tanto ya no puede seguir alfabetizando a los compañeros, porque los puede influir con esa mentalidad pequeño burguesa, me dijo.

Y continúa:

-Ahí mismo me degradó, me quitó la condición de militante del partido que me habían dado en Managua. Entonces pasé como seis meses sin fusil, porque "Mayo" me dijo cara a cara que tenía que ganarme la militancia, el fusil y la categoría de combatiente. Esos seis meses me los pasé como sancionado prácticamente, moliendo maíz y acarreando todas las noches los abastos, cargando bultos por esos cerros y sin fusil.

"Pedro" da un salto de memoria y de pronto evoca a un compañero por el que llegó a sentir afecto y admiración:

-Nunca supe su nombre legal, solo le decíamos "el Maestro". Era universitario y jefe de taller de explosivos. Una persona muy especial por sus conocimientos, su talento técnico y su generosidad. A él lo ejecutaron en Cerros de San Pedro". Se trata, evidentemente, del mismo muchacho de apellido Roque del que ya con anterioridad no habló "Goyo".

-El jefe de Cerros de San Pedro era "Carlos", y a él mismo le mataron después a la mujer y a dos hermanas de ella-, continúa "Pedro"-, yo no sé, no les puedo decir en verdad cuántos fueron los muertos, pero con uno que haya sido matado de esa forma como lo hacían... A una compañera llamada "Pasita" incluso llegaron a meterle un tizón prendido en la vagina. A otros les reventaron la cabeza con grandes piedras los mismos compañeros. Eso no es de revolucionarios... Si nosotros nos metimos a esta mierda precisamente por combatir esos métodos.

"Pedro" no vio, pero le contaron otros compañeros, la ejecución en masa de los miembros de un pelotón de veteranos. Por el mismo motivo de la sospecha fueron colgados de las piernas en los árboles. Los ejecutores les comenzaron a pegar garrotazos en las cabezas, cumplieron la rutina en varias rondas. En cada ronda iban muriendo algunos, con la masa gris a flor de piel, otros fueron desangrándose y muriendo en la ronda siguiente, hasta que no quedo ninguno con vida.

Las FPL y Mayo Sibrián

Los militantes de las FPL veían en Cayetano Carpio y los demás fundadores los impolutos guardianes de la moral proletaria, dispuestos a combatir, con odio implacable, no solo al enemigo de clase sino también las desviaciones pequeñoburguesas dentro de la misma organización.

Geovani Galeas/Berne Ayaláh
redaccion@centroamerica21.com

El primero de abril de 1970, no más de doce hombres se reunieron en secreto, en algún lugar de San Salvador, para fundar la que con el correr de los años llegaría a ser la guerrilla salvadoreña más grande y poderosa, pero también la más dogmática y sectaria: las Fuerzas Populares de Liberación, FPL.

Por esas mismas fechas, un grupo de jóvenes universitarios, formados en su mayoría en la corriente social cristiana, ya se había lanzado a la lucha armada clandestina, formando el núcleo inicial de lo que luego se convertiría en el Ejército Revolucionario del Pueblo, ERP

Los fundadores de las FPL provenían de otra tradición ideológica. El 30 de marzo, apenas un día antes de su cónclave clandestino, habían renunciado a su militancia en el Partido Comunista, del cual uno de ellos, Salvador Cayetano Carpio, había sido el Secretario General en los últimos seis años.

Carpio, un panadero de cincuenta años de edad por entonces, se había enrolado en las luchas sindicales desde 1943, y por ello había sido perseguido y encarcelado en varias ocasiones. A finales de los años cuarenta se integró al partido comunista; en 1953 cayó preso de nuevo y fue torturado por la policía. Cuando salió de la cárcel, después de veintiún días de mantenerse en huelga de hambre, sus camaradas lo enviaron a Moscú para que realizara estudios de marxismo-leninismo en la Escuela Superior de Cuadros del Partido Comunista de la Unión Soviética.

Después de cuatro años concluyó su preparación, y luego de una estancia de tres meses en la China maoísta regresó a El Salvador, en 1957. Siete años después, en 1964, fue elegido Secretario General del Partido Comunista. Carpio no solo era un obrero él mismo sino que también era profundamente obrerista. Todo su pensamiento y su actividad tenían por base la afirmación marxista de que la clase obrera es la fuerza motriz de la revolución y es, además, depositaria natural de los más altos valores humanos.

Su radicalismo ideológico, en ese punto, generaba un permanente conflicto con los dirigentes comunistas provenientes de la clase media y aun de estratos económicos altos, intelectuales en su mayoría.

Al asumir la dirección del Partido Comunista, Carpio se concentró en el trabajo de organización obrera, inyectando en los sindicatos un elevado nivel de combatividad que culminó, hacia finales de los años sesenta, con intensas jornadas de protestas y huelgas. El panadero estuvo personalmente al frente de esas luchas, mostrando una tenacidad extraordinaria y un temple combativo expresado en su capacidad de resistencia ante la persecución, la cárcel y la tortura. Su gesta comenzaba a ser legendaria en los círculos de la izquierda salvadoreña.

El plan de Carpio consistía en desatar la violencia insurreccional de las masas. Pero esa voluntad, al menos según su propia percepción, se enfrentaba a la oposición de un bloque de derecha enquistado en la dirigencia comunista, y cuyo dirigente más representativo era Schafik Handal. Ese bloque se inclinaba hacia las formas legales de la lucha política, principalmente hacia la construcción de alianzas electorales con sectores que Carpio consideraba pequeñoburgueses.

Desatada la pugna ideológica entre esas dos corrientes, las posiciones de Carpio fueron finalmente derrotadas en los órganos de dirección partidaria. Aislados, Carpio y sus seguidores más cercanos optaron por la renuncia y por el compromiso de fundar una nueva organización cuyo principal esfuerzo, en esa fase inicial, se centraría en el aspecto militar.

Carpio y sus compañeros se clandestinizaron y a los pocos días comenzaron a ejecutar sus primeras acciones, que básicamente consistieron en asaltar a policías y vigilantes nocturnos para quitarles las pistolas. En los medios obreros, donde eran muy conocidos, comenzaron a preguntar por ellos, y pronto comenzó a rumorearse de que estaban formando una guerrilla. Al parecer no eran pocos los que querían sumarse a ese nuevo esfuerzo, pero ello implicaba una grave amenaza de desprendimientos dentro del Partido Comunista.

Para conjurar ese riesgo, la dirigencia comunista comenzó a propalar una especie, según la cual quienes habían abandonado el partido eran provocadores al servicio del enemigo, y concretamente eran instrumentos de la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos, según lo denunciaría después en varios escritos el propio Carpio.

Esa acusación, o más bien la tendencia a considerar como traición todo desacuerdo político, habría de marcar el aspecto más negativo de la izquierda salvadoreña en su conjunto, y sería la base directa de al menos tres de los hechos más dramáticos que marcan su historia: el asesinato de Roque Dalton en 1975, por parte del ERP; el asesinato de la comandante "Ana María" (segunda al mando de las FPL), ejecutada en 1983 mediante más de ochenta puñaladas por órdenes del mismo Carpio, según la posición oficial de esa misma organización; y la sanguinaria purga masiva realizada en el frente paracentral entre 1986 y 1989 por las FPL.

En una entrevista concedida al Servicio Informativo Ecuménico Popular, SIEP, en julio de 2008, Eduardo Santacruz, un antiguo militante que actualmente es miembro del tribunal de ética del FMLN, relata un detalle sumamente interesante relativo a la ruptura de Carpio con el Partido Comunista.

Santacruz había realizado un viaje a la ex Unión Soviética en esa época. A su regreso a San Salvador se entrevistó en una reunión privada con Carpio, quién le explicó las razones por las que renunciaría al partido, y lo invitó a que lo acompañara a fundar otra organización. Santa Cruz no aceptó, y dice:

-El 30 de marzo (de 1970) Carpio presenta su renuncia, y es aceptada. Entonces él devolvió bienes, entregó documentos y se le facilitaron fondos por algún tiempo, se le facilito vehículo y chofer, que era "Mayo Sibrián", que era el chofer de Carpio.

No es difícil deducir entonces que, muy probablemente, "Mayo Sibrián" fue uno de los fundadores de las FPL; es decir, miembro del primer y casi mítico Comando Central, el máximo organismo de dirección de esa naciente organización.

Contra las "desviaciones pequeñoburguesas" del ERP y otros grupos insurgentes, las FPL se autodefinía como garante exclusiva de los genuinos intereses proletarios, y por lo mismo como la vanguardia indiscutible del movimiento revolucionario salvadoreño. Su estrategia político-militar, definida como Guerra Popular Prolongada, GPP, partía de una certeza: luego de que el movimiento revolucionario derrotara al enemigo local (la oligarquía terrateniente y el ejército), tendría que enfrentar inevitablemente una invasión del imperialismo norteamericano.

Por ello era preciso preparar al pueblo para una larga y sangrienta guerra ("una revolución antioligárquica, anticapitalista y antiimperialista"), mediante la combinación de todas las formas y los medios de lucha, con un principio orientador básico: avanzar siempre bajo la guía del marxismo-leninismo que, se decía en sus documentos, por ser un pensamiento científico era inimpugnable.

Había también otro principio básico: el odio incesante, implacable y consciente al enemigo. Ese odio se expresaba con toda claridad en las dos consignas históricas de las FPL: "Porque el color de la sangre jamás se olvida, los masacrados serán vengados", "No negociaremos jamás sobre la sangre de nuestros muertos".

En sus primeros tres años de existencia, las FPL en su conjunto eran una extensión refleja de las virtudes y de los defectos personales de su fundador y máximo dirigente, Cayetano Carpio. Sus combatientes eran tenaces, severos, abnegados hasta el sacrificio extremo, dogmáticos y sectarios. Todos, independientemente de su origen de clase, habían pasado por un duro proceso de proletarización en su pensamiento y en su estilo de vida.

Dirigentes y militantes vivían con suma austeridad en los mesones más baratos de los barrios pobres, como si de aquellos primeros cristianos de las catacumbas se tratara, y como aquellos mismos practicaban un estricto ritual disciplinario que, en lugar de Dios, tenía por centro el ideal proletario, cuya viva encarnación era Cayetano Carpio.

En 1973, un comando de las FPL, en el que participaban directamente los fundadores y el mismo Carpio, realizó una arriesgada operación que consistió en el asalto, toma y destrucción del Consejo Central de Elecciones. En el refuego, uno de los guerrilleros del equipo de choque cayó herido ya en el interior del edificio, que para ese momento era devorado por las llamas. Sus compañeros lo creyeron muerto y se retiraron del lugar. El hombre, sin embargo, se arrastro entre el fuego y pudo salir de la zona, aunque quedó lisiado en una silla de ruedas durante un buen tiempo. Ese combatiente era "Mayo" Sibrián", y ese episodio pasó a formar parte de la "gesta gloriosa" de las FPL.

Con todo, el marxismo que Carpio había estudiado en Moscú, en los años cincuenta, era una doctrina simplificada y bastante superficial, condensada en aquellos tristemente célebres manuales hechos a la medida de la pequeña estatura intelectual de José Stalin. Por otra parte, la pureza ideológica propugnada por Carpio había hecho posible la mística combativa de los primeros dirigentes de las FPL, pero dogmatizaba y sectarizaba a la organización.

En ese contexto, los militantes de las FPL veían en Carpio y los demás fundadores a los impolutos modelos y guardianes de la moral proletaria, dispuestos a combatir en todo momento y hasta la muerte, con odio implacable, no solo al enemigo de clase sino también las desviaciones pequeñoburguesas que pudieran germinar dentro de la misma organización.

No fue casual entonces que, en 1983, según la versión oficial de las FPL, Carpio considerara una infiltrada a su segunda al mando, comandante Ana María, y le ordenara al jefe de seguridad interna de las FPL, comandante Marcelo, que la ejecutara. La orden fue cumplida en Managua mediante más de ochenta puñaladas... ¿de qué otra manera merece morir un traidor?, habrán pensado los ejecutores.

En el nombre de Mayo Sibrián

Pienso en Paty, la linda psicóloga de la UCA torturada y después asesinada; en Ana, amarrada, quebrada de brazos y piernas; pienso en Lucas pidiendo aunque fuera orines para beber antes de ser ahorcado; en el pelotón de muchachitos que llegaron del refugio, fusilados de una vez; en el pelotón de veteranos colgados de los árboles y muertos, todos, a garrotazos: pienso en El Maestro, ingenioso zapador, asesinado también; pienso en Anacleto, un "ser maravilloso", en Chamba, en Rogelio, en Verónica, y no encuentro la respuesta.


Berne Ayaláh
Escritor salvadoreño
redaccion@centroamerica21.com

Fueron torturados salvajemente, fusilados, dejados desangrar luego de palizas con garrote o a pedradas. Primitivo modo de destruir la vida. Cualquiera pensará que eso lo hicieron los escuadrones de la muerte, paramilitares o la guardia, pero no es así, fueron sus mismos compañeros de de las FPL.

En el nombre de Mayo Sibrián alguien destruyó los rastrojos de lo que quisimos ser. Esas imágenes persiguen en las noches a los sobrevivientes. En sus humildes casas habita el recuerdo de lo que parece no tener una explicación satisfactoria.

¿Cómo es que permitieron que sucedieran esas cosas tan horribles, tan despreciables, cómo es que permitieron que se manchara el nombre hermoso y juvenil de la revolución, la mujer más amada por tantos?

La comisión política y el Estado Mayor de las FPL, envía a Mayo Sibrián como máximo jefe del frente para central Anastasio Aquino. Su llegada se produce en el invierno de 1986. Ocupa ese cargo hasta el año 1991, cuando es ordenado su fusilamiento por los que comparten la misma responsabilidad en esos hechos.

En esos cuatro años se produce la historia más despreciable de la guerrilla salvadoreña: cientos de guerrilleros y guerrilleras son torturados y fusilados debido a la sospecha de que eran agentes infiltrados del ejército.

Los métodos utilizados para matar a su misma gente no pueden ser admitidos ni en un estado de guerra ni en contra de ningún se humano, superan cualquier intención de justicia, por falsa que sea.

No debe darnos miedo decir estas cosas, porque al conocerlas es imposible no sufrirlas, es inevitable entregarla a sus familias, a los sobrevivientes, a nuestra cultura, porque callar es una manera de ser cómplices de la tragedia de esos seres que aún se encuentran adoloridos en esos montes, donde se les mató como a animales. Callar es vergonzoso.

¿Cómo entender que se puede romper los huesos de cientos de guerrilleros a garrotazos, meterlos heridos bajo tierra hasta dejarlos morir. Cómo explicar que tienes al frente un pelotón de muchachitos adolescentes y les metes una ensarta de balas, frente a sus compañeros?

¿Cómo explicar que un sociólogo, una psicóloga, un estudiante de química, un estudiante de medicina, campesinos, sindicalistas, entre tantos más que decidieron arriesgar sus vidas en la lucha guerrillera, hayan sido asesinados tan salvajemente en el nombre de la revolución?

Qué fácil les pareció a los autores intelectuales enviar un equipo de comandantes para fusilar a Mayo Sibrián, para después decir aquí todo terminó. Qué fácil, verdad, hacer eso después de cuatro años, durante los cuales los informes de los sentenciados llegaron a Managua, de donde regresaba siempre un SÍ de autorización para continuar la cacería.

Las muertes del llamado caso Mayo Sibrián superan los límites del territorio de su mando, pues por igual fueron fusilados muchos más en otros frentes de guerra, como en el frente Feliciano Ama, y también en Nicaragua hay tumbas de guerrilleros de las FPL que también fueron fusilados clandestinamente.

El juicio y fusilamiento contra Mayo Sibrián expresa uno de los mayores males de nuestra especie. Los males no se aplacan con otros males, menos si son similares. Salvo que políticamente se busque con ello otro resultado.

La guerra civil tiene lugar en nuestra historia entre otras cosas, debido a lo métodos de tortura y asesinato practicados de manera generalizada por el ejército y muchos cuerpos paramilitares. Es el punto más común de las cinco organizaciones guerrilleras, la lucha contra la dictadura militar. En eso no hay discusión.

Pero esa guerrilla se apropia de aquello que más desprecia, aquello que es su motivo y causa, la abolición de la tortura, el asesinato como resultado del procedimiento sumarial, y pasa a imitarlos.

La grandeza de las Fuerza Populares de Liberación estribó en haber logrado copar el desborde producido en cientos de cantones y caseríos, donde la gente se organizaba por el hambre y por la represión del ejército.

Miles de hombres y mujeres llegaron al frente para-central Anastasio Aquino, para luchar contra esos males, cientos de ellos murieron en combate, pero igual cientos murieron, luego de ser torturados, por sus propios compañeros, y cuando se quiere terminar con la barbarie se sigue con el mismo procedimiento, fusilar al "único responsable".

Ese mal no murió allá, sigue vivo aún en los verdaderos intelectuales de todos esos crímenes. Por eso la muerte de Mayo es también simbólica, y de igual manera es un hombre que fue llevado, aplaudido, imitado, admirado por todo lo que hizo.

Y esos mismos que lo empujaron al precipicio, que le pidieron consejos, que lo mencionaban como ejemplo de pureza revolucionaria, como salvador de un frente de guerra, al darse cuenta que todo ha sido una mentira, que se ha tratado de vulgares asesinatos de combatientes, y que en todo caso, ellos también son autores intelectuales del crimen, con mayor responsabilidad inclusive por su nivel de mando, optan por fusilarlo y así, según ellos, borrar los hechos.

Pero se equivocaron, ese fusilamiento es la mayor lección de ese episodio, es la mayor evidencia del crimen, pero sobre todo es la mayor evidencia de que hubo otros autores intelectuales, que siguen vivos y que con la mayor de las desvergüenzas se pavonean hoy como representantes de una revolución, que a su juicio, no ha muerto.

La verdad es demasiado abrumadora. Una vez te sientas en la casa de muchos de esos sobrevivientes, los vez viejos, traumatizados por una historia que nunca saldrá de sus vidas pues no hay más traición, no hay más dolor que haber sido asesinado por los tuyos sin que nadie de los de arriba haya puesto una palabra para evitarlo, y más bien lo haya autorizado, sin que ninguno de ellos haya puesto una palabra de aliento hasta estos días, al menos para pedir perdón en cada uno de esos ranchos.

Geovani Galeas y yo hemos ido a la zona de la matanza, hemos visitado esos ranchos, hemos hablado con esos viejos guerrilleros, hemos tocado conmovidos el espanto de sus recuerdos.

Hoy volvemos a acurrucarnos frente a los cerritos de tierra, como cuando niños, para rascar en busca de aquella preciosa figura que no hemos visto en años, hoy hemos comenzado a escribir esas historias. Tenemos una esperanza: encontrar las tumbas.

Los verdaderos responsables siguen escondidos en fueros dudosos, en clamores populares que se sostienen en el desconocimiento que la gente tiene de lo que algunos de ellos fueron capaces de hacer, de omitir, de permitir.

Un argumento básico, por hoy al menos: en todo lo que sucedió con esos muchachos, con las decisiones que tomó Mayo Sibrián y su Estado Mayor, hay una clara, evidente e indiscutible actuación de la cadena de mando en la aplicación de esa doctrina de autodestrucción, hasta el más alto nivel.

De esa no pueden salir, esas preciosas vidas arrebatadas tan vilmente están de nuestro lado. Como dice Pablo Para Andino, que fuera el comandante Goyo de las FPL: "Los cadáveres políticos tardan en descomponerse, pero siempre se terminan pudriendo".

¿Por qué Mayo Sibrián?

En las últimas semanas ha estado sonando progresivamente el nombre de ese comandante guerrillero, asociado a una sanguinaria purga que las FPL habría realizado entre sus propias filas, principalmente en el frente-paracentral en los años ochenta. Pero la información al respecto ha sido vaga.


Redacción CA21
redaccion@centroamerica21.com

En realidad, esa matanza de guerrilleros, torturados y ejecutados por sus propios jefes, ha sido hasta ahora un secreto a voces en la izquierda salvadoreña, en cuyo medio se dice normalmente que las víctimas se cuentan por cientos, que Mayo Sibrián estaba desquiciado y que, finalmente, fue enjuiciado y fusilado por orden de la máxima jefatura de las FPL. Esa, al menos, ha sido la versión que los dirigentes de las FPL han aceptado a regañadientes y como mirando hacia otro lado.

Pero hay preguntas básicas que cualquiera puede hacerse. ¿Qué más es posible saber sobre esos hechos? ¿Cuándo, cómo, dónde y por qué comenzó la matanza? ¿Quiénes fueron las víctimas y a cuánto ascendió su número real? ¿Dónde quedaron sus restos? ¿Fue Mayo Sibrián el único victimario, y si no fuera así quiénes son los otros? ¿Hubo además una autoría intelectual no cuestionada ni responsabilizada hasta la fecha?

Berne Ayala y Geovani Galeas se han hecho estas preguntas y se han empeñado en encontrar las respuestas. Han viajado al lugar de los hechos y han entrevistado a algunos de los testigos y de los principales protagonistas de los mismos. La investigación ha comenzado a revelar una historia espantosa de cifras, complicidades y culpabilidades escondidas.

Berne Ayala conoce a profundidad la experiencia guerrillera porque la vivió en carne propia en diversos frentes, en las filas del Partido Comunista. Geovani Galeas fue miembro del Ejército Revolucionario del Pueblo. Ambos son escritores y han publicado reportajes periodísticos y libros sobre los sucesos y los protagonistas de la guerra. Por igual han narrado episodios heroicos y pasajes execrables de la historia del FMLN.

Ambos coinciden ahora en que ninguna de esas historias los había impactado tanto como la de la matanza de guerrilleros, a manos de sus propios jefes, en el frente para-central. En principio, el proyecto de Centroamérica 21 consistía en publicar en nuestras páginas virtuales, en varias entregas, el reportaje sobre el suceso en cuestión. Pero la cantidad y la calidad de la información obtenida impone más bien el formato de libro impreso, que está ya en su fase final de elaboración.

De cualquier manera, en las últimas semanas nuestros lectores nos han preguntado con insistencia sobre la naturaleza, el rumbo y el estado de esta investigación. Para responder esas interrogantes, Centroamérica 21 comenzará a publicar en su próxima edición los primeros avances del libro. Adelantamos sin embargo una conclusión: Mayo Sibrián es solo uno de los involucrados en esta historia, y no es necesariamente su principal protagonista.

Fermín: "A garrotazos los fueron matando"

22 de Septiembre de 2008

Esta es la primera entrega de un reportaje, que pronto presentaremos en un libro, sobre una espantosa purga interna realizada por las FPL. Más de mil guerrilleros y colaboradores civiles fueron salvajemente torturados y asesinados bajo la acusación de ser traidores. El hecho había permanecido en las sombras, pero los sobrevivientes han comenzado a hablar.


Geovani Galeas/Berne Ayaláh
redaccion@centroamerica21.com

Especial de Centroamérica 21

Fermín, un campesino oriundo del Cantón Palo Grande, de Zacatecoluca, había ingresado a las FPL en 1978, y pertenecía al equipo de mando del destacamento número tres del batallón guerrillero Ernesto Morales, basificado en el volcán Chinchontepec.

A eso de las diez de la mañana del 22 de septiembre de 1986, en uno de los campamentos insurgentes del Cerro de la Campana, en el departamento de San Vicente, él y tres de sus hombres (Juancito, Foxi y Raul), fueron repentinamente capturados, desarmados y amarrados por un grupo de sus propios compañeros dirigidos por Carlos, uno de los lugartenientes del comandante Mayo Sibrián, jefe político-militar del frente para-central de las FPL. "Todos ustedes están bajo investigación", les dijo Carlos, y los condujo a un lugar solitario, arbolado y rocoso del cantón San Bartolo. En el camino, Juancito le dijo a Fermín que quizá los iban a matar.

-¿Por qué tuvo ese presentimiento Juancito, don Fermin?

-Porque ya estaban matando compañeros. Unos de los primeros fueron seis radistas que bajaron del volcán Chinchontepec allá por el mes de julio. Y ya luego se comentaba en los campamentos que habían matado a fulano y a zutano, y que decían que eran infiltrados del enemigo. Nos contaron que de un pelotón miliciano, unos treinta hombres, solo siete se habían salvado. De ahí a los días fue que se llevaron a un compa de la unidad de nosotros, Wilber "Picofino", y lo mataron también.

-¿Qué pasó entonces con ustedes?

-Pues que llegamos a ese lugar que les digo, y ahí fue que vimos que Elmer, otro del grupo del mando de Mayo, tenía amarrada a una compañera que se llamaba Crucita. Estaba tirada en el suelo, casi desnuda, solo con un fustancito y el brasier, y la estaban interrogando y golpeando con un gran garrote de guayabo. Le decían que era infiltrada y que confesara quiénes eran sus cómplices dentro del frente. Ella les decía que eso no era cierto, y les suplicaba que ya no la maltrataran, pero entonces le pegaban más duro.

-¿Había más gente en ese lugar?


-Los que estábamos amarrados en ese momento éramos ocho, pero es que iban llevando a la gente por grupos. Además de nosotros cuatro estaba la Crucita, Chabela y dos muchachas que eran hermanas, hijas de una tal Marta, que era la mujer de un compañero que ya después de la guerra fue alcalde de El Paisnal. A ellas ya las habían torturado. Entonces agarraron a Juancito, y le dijeron que Chabela había confesado que también nosotros éramos del enemigo. Lo amarraron a un árbol y comenzaron a interrogarlo. Le pegaban en todo el cuerpo con el garrote. Le pusieron una bolsa de plástico en la cabeza y se la socaban con una pita por el pescuezo. El compa se ahogaba y ya cuando pataleaba todo morado, por la falta de aire, le aflojaban la pita.

Fermín se calla, toma aire y mira hacia otro lado para buscar más en su memoria, o porque su pudor de viejo guerrero no permite que esos recuerdos le quiebren la voz y se le conviertan en lágrimas. Él no sabía entonces que Crucita se llamaba en realidad Ethel Pocasangre Campos; que allá por 1979 había sido miembro de la Comisión Nacional de Propaganda del BPR, la organización de masas de las FPL; que era psicóloga y había sido docente en la UCA: y que sus colegas, alumnos y compañeros de militancia la consideraban un ángel por su delicada belleza, su dulzura y su entrega a la lucha revolucionaria.

Su hermana, Isis Dagman, se detectó quistes en las mamas estando en ese mismo frente de guerra. Comunicó la situación a los comandantes de la zona y estos le respondieron que eso era más bien un problema ideológico, que lo que en realidad tenía era miedo. Cuando el deterioro de su salud era ya crítico, fue enviada a Cuba para ser tratada clínicamente, pero ya la metástasis cancerosa estaba demasiado avanzada y fue desahuciada. Isis Dagman regresó a El Salvador y murió en 1991.

Antes, la madre de ambas, doña Clelia, supo vagamente cómo y en qué circunstancias había muerto Ethel, y decidió enviar una carta a Salvador Sánchez Cerén, pidiéndole una explicación y que, por lo menos, le entregaran los restos de su hija. Eso fue en 1987. Doña Clelia no ha recibido ninguna respuesta hasta la fecha, y todavía ignora que los restos de Ethel están enterrados, junto a los de sus otros compañeros, en una fosa común ubicada en algún punto del catón San Bartolo, cerca del cerro Buena Vista, en la jurisdicción de San Vicente.

"Cuando termine la guerra este pueblo va a necesitar miles de psicólogos por tanto trauma que deja la violencia, ahí voy a tener otra tarea revolucionaria", le dijo una vez Ethel a Marta Nolasco, que fue su alumna y que ahora trabaja en el Instituto de Derechos Humanos de la UCA. Ethel se había sumado a las FPL junto a su hermana, Isis Dagman, que era doctora y en la guerrilla había adoptado el pseudónimo de Sonia. Ambas eran blancas, de cabellos castaños y de ojos azules.

Fermín continúa de pronto: "Cada vez que Juancito les decía que él no era enemigo y que no sabía nada de eso, más le pegaban. Después lo amarraron juntándole las manos y las canillas por detrás, y lo colgaron así de un palo de amate. Ahí lo siguieron garroteando, quebrándole los brazos y las canillas, y el compa clamaba a dios y a su madre a cada golpe que le daban. Unos dieciocho años tenía Juancito, de ahí era de la misma zona de nosotros y era un buen combatiente". Fermín vuelve a hundirse en el silencio un largo rato antes de recomenzar:

-Después agarraron a Foxi y lo empezaron a torturar. Le hicieron lo mismo que a Juancito y él tampoco aceptó que era enemigo. Ahí mismo lo mataron. Llamaron a Raúl, y Elmer le dijo: Ahí está Foxi, muerto, miralo bien, si no querés estar así nos va a decir todo, si confesás te vamos a dejar ir del frente, así hicimos con la Mayra. La Chabela dice que ella misma te dio un dinero, le dijo. Pero eso de la Maira era una gran mentira. La verdad es que ya la habían torturado y matado también. "A mí nadie me ha dado dinero", le dijo él, y ya le pusieron la capucha.

-¿También lo mataron ahí?

-No, como le dijeron que lo iban a dejar ir si confesaba, dijo que sí, que era cierto que la Chabela le había dado cuatrocientos colones. Pero eso era mentira, porque Chabela decía que trescientos le había dado. Entonces ya no lo golpearon, solamente lo dejaron ahí. Y ya la cosa fue conmigo: Ajá, Fermín, me dijo Elmer, me vas a entregar el correo que la Chabela te dio. A mí no me ha dado ningún correo, le dije yo. Sí, acuérdese que se lo di, dijo la Chabela. Elmer me dijo: Decí la verdad, Fermín, no te queremos quebrar las patas. Ya me habían amarrado al árbol y me pusieron la capucha, yo sentía que me ahogaba cuando me apretaban la pita. En una de esas que me quitaron la bolsa de la cabeza le digo a Chabela: ¿Cuándo fue que me diste ese correo? A principios de febrero, dijo ella. Eso me salvó. Ahí estaba Carlos, y le digo: Carlos, usted es testigo que yo me he pasado todo el mes de febrero con usted allá en el volcán. Carlos se acordó que era cierto y entonces se fue contra la Chabela: Vos nos estas mintiendo hijeputa, le dijo, y empezó a torturarla.

-¿Lo dejaron libre a usted?

-No, yo seguí amarrado pero ya no al árbol, solo de mis manos. Pero ya estaba empezando a oscurecer y comenzaron a amarrar en fila a los que habían estado golpeando: La Crucita, Juancito, Chabela, las dos que eran hermanas y hasta al mismo Raúl. A Foxi ya lo habían matado.

-¿Para dónde se los llevaron?

-Es que cuando estaban torturando a la gente, estaba otro grupo retirado, como a media cuadra, que estaban abriendo la zanja de la sepultura. Para allá se los levaron y ahí a garrotazos los fueron matando.

-¿Qué pasó entonces con usted?

-Pues estaba amarrado, y llega Carlos y me dice: "Vos no sé, pero tu mujer sí trabaja para el enemigo. Todas estas viejas putas que salen y entran al frente son informantes. Yo no creo que ella sea eso, le dije yo. Pues en cuanto venga otra vez al frente la voy a mandar a traer, y vos mismo la vas a matar, me dijo. Yo le respondí que no iba a hacer semejante barbaridad, y ya se fue. Ahí en el lodazal me acosté a dormir, sin plástico ni nada, amarrado. A buena mañana llegaron con otros cuatro amarrados.

-¿Combatientes también?

-Sí. Ahí venían Saúl, que le decíamos "Murciégalo" y Nelson. De los otros dos no me acuerdo los nombres. Ahí los fueron a golpear al mismo matadero. Ya bien noche los regresaron bastante maltratadosy los tiraron en el mismo lodazal donde yo estaba. Al ratito llegó la China, una compa del pelotón que nos estaba cuidando, y le dijo a Saúl: "¿Decime si es cierto que también el Marcial está involucrado con el enemigo?", y entonces fue que Saul dijo: "No, China, si yo dije ese montón de mierdas porque ya no aguanto mi cuerpo, me han hecho mierda mi cuerpo, mirá como me han dejado, China", le dijo. Y otra muchacha que también habían torturado dijo lo mismo, Vanesa se llamaba ella, y era la mujer de un compañero al que también ejecutaron de esa misma manera. A esos cuatro que les digo los mataron al día siguiente.

-¿Usted seguía amarrado, don Fermín, lo volvieron a golpear?

-No. Elmer llegó y me dijo: "Disculpá por lo que se te ha hecho, pero entendé que aquí la cosa esta jodida con el enemigo. Vos andate para el puesto de mando y ahí esperá a que nos reorganicemos. Pero el problema es que me salió con lo mismo que Carlos me había dicho de mi mujer. O sea que sí la iban a matar... Si en esos mismos días que estuve en el puesto de mando, mataron a otra señora que era del área de servicios, Maribel se llamaba ella. Es que a diario mataban. Uno de esos días me dijo Elmer que a León, que era el jefe político de mi destacamento, ya lo habían matado allá en la zona de la Ángela Montano, en el lado de Usulután. A Chamba y a Rogelio, que eran jefes de destacamentos del batallón Ernesto Morales, también los mataron. La muerte de Chamba fue triste: lo quebraron todo de los brazos y las piernas, y así lo dejaron amarrado hasta se engusanó el compa. No tuvieron la piedad de matarlo ellos, ahí lo dejaron sufriendo hasta que se murió el solito.

-¿Esa vez que estuvo usted ahí amarrado cuántos mataron?

-Los de esa noche y los del día siguiente fueron como quince, pero solo en ese lugar, porque por otros lados estaban matando otro puño de gente.

-¿Y qué hizo usted ante todo eso, don Fermín?

-Es que no era correcto lo que estaban haciendo. Toda esa gente que mataban no eran enemigos, eran compañeros revolucionarios. Entonces fue que decidí irme de la guerrilla. Cabal la noche del nueve de octubre hice la lista de todos los gastos y del dinero que todavía tenía, que era 645 colones, bien me acuerdo. Ahí en la hamaca dejé el papel y el pisto, dejé el fusil y todo mi equipo, solo una lamparita que era mía me llevé. Me fui monteando toda la noche hasta ya en la madrugada salí a la carretera Panamericana. Ese día, diez de octubre, hubo un temblor bien fuerte, quizás por eso es que los retenes del ejército que estaban en la carretera no pararon la camioneta en la que me monté, y así logré llegar hasta mi casa.

En esos momentos don Fermín no sabía que la matanza apenas había comenzado, que duraría cinco años más, que sería avalada por jefatura de las FPL, cuyo máximo dirigente era el comandante Leonel González (Salvador Sánchez Cerén), y que cobraría más de mil víctimas, como lo establecen los testimonios de testigos y protagonistas directos de esos hechos. Este reportaje ha sido elaborado precisamente sobre la base de esos testimonios, que hemos grabado en audio y video. Cuando este trabajo haya sido publicado en forma de libro, una copia de todos esos testimonios será entregada al Instituto de Derechos Humanos de la UCA.

FMLN y Funes, entre el presente y el pasado

La Comisión de la Verdad, dijo que el 95% de los crímenes durante la guerra los cometió la Fuerza Armada y el 5% la guerrilla, entre ellos, los asesinatos a alcaldes de las poblaciones cercanas a las zonas guerrilleras. Por cierto que de todo el FMLN, únicamente fueron señalados un grupo de jefes político militares del ERP, encabezado por Joaquín Villalobos. Por razones que cuento en mi libro "Memorias de un Guerrillero", yo no fui mencionado en esa lista de la Comisión de la Verdad. Y Seguramente la Comisión de la Verdad, no tuvo conocimiento ni siquiera cercano de la gravedad de los crímenes de Mayo Sibrian, por que no los investigaron.


Juan Ramón Medrano
Analista político
redaccion@centroamerica21.com





Entre el Presente y el Pasado.

En la actual campaña electoral, uno de los problemas principales para la izquierda, ha sido la diferencia entre la dirigencia del FMLN y el candidato presidencial; pero también, debemos agregar que algunos sucesos como los contenidos de las computadoras de Raúl Reyes, segundo jefe de las FARC, han sacado a la luz los errores del pasado. Además de la vinculación con las FARC, en los últimos días han reaparecido los errores y excesos del pasado del FMLN-FPL, con el fantasma de Mayo Sibrian. Funes comenzó como súper candidato con casi 20 puntos a su favor, el 11 de noviembre de 2007 que fue proclamado por la dirigencia del FMLN; esto sucedió por supuesto, antes de que el otro partido grande eligiera candidato. Por primera vez en 14 años, el Frente aparecía como casi seguro ganador, con su candidato presidencial. Pero 5 meses después, vino el proceso de elección interna del candidato presidencial de la derecha, (un verdadero calvario para Rodrigo Ávila). Ávila, el otro contendiente importante de la campaña, tuvo que comenzar por resolver las diferencias internas de su partido para remontar poco a poco la ventaja o distancia recorrida por su adversario, hasta llegar al momento actual (septiembre 2008) en que según diferentes encuestas de varios de los medios de comunicación mas importantes del país, existe un virtual empate entre Funes y Ávila.

Los puntos vulnerables para Funes han sido y siguen siendo, las diferencias de discurso y contenido de programa de gobierno entre el candidato presidencial y la dirigencia del Frente. El Coordinador General del Frente, en una actitud que yo considero ha sido muy franca y honesta, ha dicho que ellos no han renunciado a puntos fundamentales de su estrategia incluidos en el programa de gobierno anterior: que tratarán de regresar al Colón, que derogarán la Ley de Amnistía, que revisarán el TLC, que tienen relaciones políticas muy estrechas con Hugo Chávez y el gobierno cubano, que están valorando aumentar impuestos y que mantienen sus objetivos de alcanzar una sociedad socialista, entre otras cosas; y considero que es mucho más honesto intentar ganar las elecciones con posiciones más cercanas a lo que realmente será su programa de gobierno, que con medias verdades. Sin que eso niegue que el candidato presidencial del FMLN tenga razón y esté en su derecho de querer mover al Frente de su visión político ideológica del pasado hacia posiciones políticas mas propias del presente, es decir, propias de un contexto democratico; por que sin lugar a dudas, por razones estrictamente político electorales, Funes necesita diferenciarse del Socialismo del Siglo XXI de Hugo Chávez. Lo que cualquier salvadoreño con sentido común no va a aceptar, sin ninguna duda, es que el candidato presidencial o la dirigencia del Frente, conscientemente trate de engañar al electorado. Por ahora, lo que necesita el candidato presidencial del Frente es un acuerdo claro con la dirigencia del partido, sobre cuales serán aquellos contenidos programáticos con visión socialista que se mantienen inamovibles, y cuales serán los márgenes de maniobra, si es que los habrá.

Los Crímenes de San Vicente.

Los periodistas y escritores Geovani Galeas y Berne Ayala, realizaron para Centroamérica 21 una investigación exhaustiva de los sucesos de los años 86, 87 y 89, 90, acaecidos en el Frente Paracentral, conducido por Mayo Sibrian, en ese entonces jefe político militar del frente y miembro de la Comisión Política de las FPL. Por estar tan cerca de la zona del Frente Sur Oriental del ERP, estos hechos fueron conocidos por nosotros, (en mi caso en términos muy genéricos), pero los jefes de nuestra organización que estuvieron directamente en la zona cercana al río Lempa, pidieron a la direccion o Comisión Política del ERP, que exigiera en la Comandancia General, que le pusieran paro a dicha matanza, que no solamente estaba afectando a las FPL, sino que ya estaba alcanzando a militantes del PRTC, y si la cosa seguía así, también afectaría a nuestros militantes, cosa que por cierto en forma muy clara y enérgica, dijeron los jefes del ERP que no tolerarían.

Los relatos de los sobrevivientes que sufrieron dicha pesadilla, son espeluznantes. Yo sabía que los Escuadrones de la Muerte habían torturado y asesinado a miles de militantes y colaboradores de la guerrilla. Pero nunca me imaginé que jefes guerrilleros que decían luchar por el hombre nuevo, el respeto a los Derechos Humanos, la democracia, el socialismo y el bien común, fueran capaces de asesinar con la saña que lo hicieron, a niños, mujeres y jóvenes luchadores inocentes. Según recuerdo, el peor golpe militar que sufrimos como guerrilla tuvo lugar en Cutumay Camones, donde por falta de experiencia militar, nos mataron a más de cien compañeros, en su mayoría colaboradores que se habían integrado a lo que considerábamos sería el último esfuerzo, la "ofensiva final" del 10 de enero de 1981. Pero mayo Sibrian, según las investigaciones de Geovani y Berne, en los años 86, 87 asesinó a más 600 revolucionarios, la mitad de ellos combatientes y la otra mitad, gente de la zona, colaboradores y simpatizantes de las FPL. Fueron muchos más muertos que los que tuvimos en Cutumay Camones en los combates contra el ejército.

La Comisión de la Verdad, dijo que el 95% de los crímenes durante la guerra los cometió la Fuerza Armada y el 5% la guerrilla, entre ellos, los asesinatos a alcaldes de las poblaciones cercanas a las zonas guerrilleras. Por cierto que de todo el FMLN, únicamente fueron señalados un grupo de jefes político militares del ERP, encabezado por Joaquín Villalobos. Por razones que cuento en mi libro "Memorias de un Guerrillero", yo no fui mencionado en esa lista de la Comisión de la Verdad. Y Seguramente la Comisión de la Verdad, no tuvo conocimiento ni siquiera cercano de la gravedad de los crímenes de Mayo Sibrián, por que no los investigaron.

Geovani y Berne están terminando un libro en el que recogen testimonios sobre esta, que es la más grave y espeluznante masacre del conflicto de los años setentas y ochentas; seguramente será leído por muchísimos salvadoreños, que horrorizados dirán ¿Cómo es posible que una organización revolucionaria haya permitido semejantes crímenes? Esas y otras interrogantes y expresiones seguramente más duras saldrán de nuestras mentes y bocas, después de que conozcamos los crímenes que Mayo Sibrian cometió cuando era miembro de la direccion de las FPL.

Juan Patojo: "Los muertos fueron bastantes"

29 de Septiembre

"En esa matazón también va mi raza. Mataron a Chepe Campos, mi sobrino. A él lo mataron en Nicaragua, y allá no estaba Mayo, pero allá lo mataron las FPL a él y a otro montón de compas" Aquí mataron a Pablo Campos, hermano de Chepe, y a otros tres sobrinos míos: Amadito Esquivel, Beto y José Luna, y tenían amarrada a Mariana Díaz, hija de otro hermano mío. Ninguno de ellos era infiltrado. Que podía haber infiltrados, sí, como en todos los frentes, pero no puede ser tanta gente. Porque los muertos fueron bastantes, esos que les he dicho son solo los de mi raza".


Geovani Galeas/Berne Ayaláh
redaccion@centroamerica21.com

Especial de Centroamérica 21

El comandante Mayo Sibrián llegó por primera vez a la zona sur de Usulután, en el año 1982. Llegó como responsable de una unidad militar, todavía no era el comandante en jefe del frente Paracentral. Iba precedido por la leyenda de haber estado en el mando de la fuerza que, en una operación espectacular, voló el Puente de Oro en octubre de 1981.

Uno de los primeros hombres de su confianza en la zona fue Juan Patojo. Así le llaman y no le incomoda porque ese fue su nombre de guerra. Juan ingresó al BPR en 1975, y de ahí pasó a las FPL en la zona costera de su natal Usulután. Su primera unidad militar, que operaba en las cercanías de Jiquilisco, la conformaban seis hombres, pero ya para 1980 eran sesenta: "Yo me eché toda la guerra pegado al mar, aquí combatí siempre y aquí llegué a ser capitán en las filas de la guerrilla", relata.

Ahora vive en su rancho rodeado de charcos y lodo revuelto con estiércol de vaca. No lleva camisa y su pecho desnudo muestra los largos años de sol entre aquellas planicies pantanosas y riachuelos que un poco al sur se unen a al mar Pacífico. Una hornilla de tierra empotrada en un tapesco de madera tiene rastros de ceniza caliente bajo los peroles y las cacerolas que aun sueltan aroma de frijoles refritos. "Yo aquí paso pobrezas con la mujer y los hijos, pero vivo de yo, de mi trabajo en esta tierra. A nadie le he pedido ni le pido nada", dice con orgullo.

La esposa de Juan se escurre en el interior de la casa para dejarnos conversar sobre la guerra. Ella aguarda en el silencio aunque también es veterana de esa historia oscura de la que ambos saben que queremos conversar.

La costa y las planicies que se extienden en el sur del departamento de Usulután, muy cerca de donde hoy vive, en el vecino departamento de san Vicente, fue el territorio donde este hombre se hizo guerrero. Orgulloso a pesar de todo, como lo dice, de haber sido de las FPL: "Y además yo siempre fui sectario", reconoce, aunque por igual sabe bien que de ahí para arriba, hasta subir a los cerros y los volcanes, se cuentan las historias negras de la matazón.

"Ahora ya todos dicen que Mayo era malo o que estaba loco. Pero eso no es cierto, él era un hombre correcto", asegura, aunque en sus últimas palabras la voz se le apaga suavemente. La esposa de Juan tenía dieciséis años cuando se incorporó a las FPL: "A ella le fusilaron un hermano en esa que le dicen la matazón de Mayo. El muchacho se llamaba David y era combatiente", recuerda, y vacila un poco antes de seguir hablando:

"En esa matazón también va mi raza. Mataron a Chepe Campos, mi sobrino. A él lo mataron en Nicaragua, y allá no estaba Mayo, pero allá lo mataron las FPL a él y a otro montón de compas. Aquí mataron a Pablo Campos, hermano de Chepe, y a otros tres sobrinos míos: Amadito Esquivel, Beto y José Luna, y tenían amarrada a Mariana Días, hija de otro hermano mío. Ninguno de ellos era infiltrado. Que podía haber infiltrados, sí, como en todos los frentes, pero no puede ser tanta gente. Porque los muertos fueron bastantes, esos que les he dicho son solo los de mi raza".

Juan Patojo recuerda que las historias de grupos de muchachos que llegaban de los refugios de Colomoncagua y San Antonio, en Honduras, y que también fueron ejecutados, comenzaron a inundar los campamentos: "Decían que los mataban por una media indisciplina. La cosa era que de repente a esas gentes ya no las mirábamos, desaparecían".

En esos grupos llegaban muchos adolescentes, muchachos acostumbrados a un modo de vida y a ciertas costumbres más liberales, su comportamiento no sólo estaba relacionado con sus edades sino también con esas ciudadelas repletas de promiscuidad en que suelen convertirse los campamentos de refugiados: "Una persona que tiene quince años reacciona de cualquier manera, son informales por cosas de la edad que tienen, pero los que los mataron no tomaban en cuenta eso", dice Juan con verdadero pesar.

"Según yo fue en 1987 cuando empezaron esas cosas de los infiltrados, que les decían. Tengo conciencia de que había infiltrados, eso no es mentira. El gran problema es que Mayo, como era tan fiel, lo manejaron los de la Comisión Política de las FPL, la cabeza nuestra, pues, ese que ahora va de candidato a la vice presidencia de la República. Y así fue que aquí se hicieron cosas sin nombre. Uno se siente mal por eso que pasó, y de alguna manera uno se siente involucrado".

Juan insiste en relativizar la responsabilidad personal de Mayo Sibrián en la matanza: "La culpa no fue solo de Mayo, lo que pasó es que aquí la gente la ideologizaron demasiado los encargados de sub zonas. Ellos mismos elaboraban las listas de los sospechosos, o sea que daban la información y ya mandaban la propuesta concreta de matarlos. A Mayo lo que le tocaba era firmar porque ya venía todo concluido, y él no podía decir que no. Los argumentos que le daban eran grandes y a él no le quedaba más que decir que sí. Asé es que funcionaron aquí esas barbaridades. Yo miraba esos argumentos y sentía que aquello era injusto".

Juan mismo tuvo que sortear una experiencia muy dura: "Una vez fueron a traer a una señora de unos treinta años de por aquí del cantón el Cordoncillo, allí por los cerros pegados a Berlín. Toda mojadita llegó la pobre. Si estamos luchando contra lo injusto, lo que están haciendo estos babosos no es justo, dije yo. Y la miro a la mujer que hasta venía echando leche de las chiches porque estaba recién parida. Yo me sentí mal de ver aquello, y le pregunté de qué la acusaban. Yo no he hecho nada, me dijo ella toda asustada, porque a saber qué barbaridades le habían hecho ya. Yo en ese tiempo era jefe de un destacamento de tres pelotones. Váyase, le dije yo a la señora, y la mandé a dejar a su casa... Pues por eso me quitaron el fusil y me trataron de lo peor".

Eso fue en el puesto de mando de Mayo Sibrián. A Juan, ya desarmado, lo sentaron en una piedra y lo rodearon: "Me dijeron descompuesto, prepotente, sobrevalorado, te gusta hacer las cosas a tu antojo, dijeron. Saben qué, les respondí, yo aquí me he metido por lo injusto del gobierno, pero si me equivoqué aquí está mi vida. A mí no me golpearon, pero ya después de eso quedé con algo de miedo. Y ahí estaba Mayo entre ellos esa vez. Entonces fue yo dije entre mí: Este Mayo anda equivocado. Pero, ya les digo, no era tanto Mayo sino que la mayoría de los mandos. A Mayo no es que lo descomponen, es que según él estaba haciendo lo correcto, y por eso él les mandaba toda la información de lo que estaba haciendo a Chamba Guerra y a Leonel González. Todos los días mandaba los mensajes, y cada trimestre mandaba un paquetón de informes. No era nada oculto lo se hacía aquí, no. Era toda la Comisión Política de las FPL influenciada por el FMLN".

-¿Usted conoció a Lucas, don Juan, un muchacho de las fuerzas especiales al que mataron también?

-Sí lo conocí. Aquí estuvo en un grupo de comandos ranas, o sea buzos. El de primero era de una unidad logística y nosotros coordinábamos con el jefe de él. Y aquí los tuvimos en Montecristo, que se metían a sacar la experiencia al mar. Cuatro o cinco horas nadaban de entrenamiento. Como a mí siempre me tocó al sur, a la orilla del mar, me mandaron allá por Jucuarán, al golfo, y ahí lo vi a Lucas también, que le faltaba un ojo, de ahí no lo volví a ver. No sé cómo murió. Era un cipotón grandote, bien galán era el muchacho.

Goyo: "Estos son los primeros que traicionan, me dijo Mayo"

La primera estancia de Mayo Sibrián en el frente para-central duró hasta principios de 1984. De ahí salió a cumplir otras misiones y regresó en mayo de 1986, ya en calidad de comandante en jefe del frente. Hasta ese momento, ese puesto lo ocupaba el comandante Goyo (Pablo Parada Andino), quién salió a desempeñar otras funciones. Ese mes de mayo, los dos comandantes se encontraron en Cerros de San Pedro, el uno saliendo y el otro llegando.

Mayo Sibrián, acompañado de un grupo de combatientes, había realizado una larga caminata desde la zona de Radiola, del departamento de Cabañas, y sostuvo una breve conferencia de coordinación con Goyo. Durante esa conferencia salió a luz un tema en apariencia irrelevante: Mayo Sibrián contó que un muchacho universitario y miope que venía con él se le había perdido en el camino. "Es lo que pasa con los pequeñoburgueses urbanos, no aguantan ni el menor esfuerzo y son los primeros que se quiebran y traicionan", dijo.

Goyo supo después que el muchacho en cuestión se había extraviado en efecto durante la marcha; había esperado escondido todo un día en un montarral para continuar el camino durante la noche hasta llegar a cerros de San Pedro. En el frente fue designado a los talleres de explosivos y, en poco tiempo, debido a su nivel académico se ganó el cariñoso sobrenombre de El Maestro.

La sorpresa para Goyo, cuando a finales de 1987 regresó al Paracentral, fue que el Maestro había sido ejecutado por el mando de las FPL en la zona. Todavía no nos ha sido posible conocer el nombre legal de el Maestro, pero sí sabemos que su apellido era Roque, y que era hermano de Consuelo Roque, que por entonces era jefa del Departamento de Humanidades de la Universidad de El Salvador. Otra de las víctimas, con el mismo perfil de el Maestro, había sido René Oviedo, de pseudónimo Octavio, estudiante de sociología o economía de la UCA y dirigente del FUR-30, uno de los frentes universitarios de las FPL.

No hace mucho, la madre de René Oviedo se acercó al Instituto de Derechos Humanos de la UCA, para pedir que le ayudaran, por lo menos, a gestionar que Leonel González o Medardo Gonzáles, antiguos jefes de las FPL y ahora dirigentes máximos del FMLN, le indicaran el lugar en que su hijo fue sepultado. Hasta la fecha ambos líderes han guardado silencio.

Andrés, la deserción de un jefe guerrillero

Andrés era un joven jefe guerrillero campesino, fiero en el combate pero vivaracho y alegre en la cotidianidad, amante de la charla amena, de la música, el baile y la belleza femenina. Comandó el destacamento número uno del batallón Andrés Torres, de las FPL, hasta el año 1983, cuando el comandante Miguel Uvé salió rumbo a Chalatenango. Fue entonces que Andrés asumió el mando de esa unidad militar, de casi cuatrocientos hombres. Ese batallón estaba basificado principalmente en el volcán Chinchontepec, aunque operaba en todo el frente Paracentral cuando Mayo Sibrián asumió la jefatura.

Desde los primeros momentos los estilos de mando, las relaciones de jefaturas con la tropa, la forma de entender la disciplina y la visión de Mayo Sibrián entraron en contradicción flagrante con el estilo de Andrés. Para Mayo Sibrián, cualquier indicio de relajamiento en la vida cotidiana, debía ser tratado con la máxima severidad pues, según él, detrás de ello estaba implantada la infiltración enemiga.

Un día, entre agosto y septiembre de 1986, Andrés fue requerido para que se presentara en el puesto de mando de Mayo Sibrián. Andrés respondió afirmativamente y salió de su campamento, pero con otro rumbo. Hasta la fecha nadie lo ha vuelto a ver ni tiene la menor idea dónde se encuentra.

El comandante Goyo recuerda a Andrés como un hombre especialmente listo: "Lo que pasó es que no hubo química entre Mayo y él, y empezaron a salir mal las operaciones. Pero en lugar de buscar en su interior o en su equipo el motivo de los problemas, Mayo comenzó a sospechar de todos", dice Goyo, "y del primero que sospechó fue del jefe del batallón. Pero Andrés era un zorro muy difícil de cazar, seguro que detecto esa sospecha, y como ya conocía los métodos de Mayo, quizá pensó que morir así no valía la pena, y mejor decidió desertarse".

Trine, un viejo guerrillero y uno de los primeros militantes de las FPL en la zona, tiene una visión particular sobre el caso de Andrés. Él dice que Andrés era indisciplinado pero no un infiltrado. Un asunto de particular atención, viniendo de un viejo militante de origen campesino, que aunque no se explica los hechos con fundamentos teóricos, su visión explica una realidad de la vida y la formación ideológica, religiosa en todo caso, de esos hombres: "Andrés se había descompuesto, se había hecho relajo, andaba bailando por todos lados y metiéndose con las cipotas. Por eso fue que se desertó. O sea que se había indisciplinado demasiado, y Mayo sí era bien estricto en esas cosas".

No hay prueba alguna de que Andrés haya sido un infiltrado. Además los que le conocieron sabían bien de su persona, de su tiempo en la guerra y su arrojo combativo. Pero hay otra cosa que para muchos de los veteranos de aquellos sucesos resulta de sentido común: si el jefe de un batallón guerrillero hubiera sido un infiltrado del enemigo, ese batallón no hubiera combatido con tanta fiereza, ni logrado tantas victorias en operaciones de altísimo riesgo, y ni siquiera hubiera sobrevivido como unidad. En cualquier caso, la deserción de Andrés es clave, pues desde entonces el mando de las FPL en el Paracentral, comenzó la matanza de sus mejores jefes y combatientes.

Una vez escapado Andrés, comenzó la cacería. La primera decisión que tomó Mayo Sibrián fue capturar al equipo de mando del batallón, pues su conclusión era que, si el jefe era un infiltrado del enemigo, los demás que estaban subordinados a él también lo eran. Eran poco más de diez personas, entre operadores de radio de comunicación, escoltas, y personal de intercepción de comunicaciones enemigas. Hasta el momento solo hemos podido establecer los pseudónimos de cuatro de ellos, todos originarios de la zona: el Chivo, Marina (prima de Walterón), Hugo y Vladimir.

(Entre ellos también fue capturado y torturado un combatiente que vio morir a sus compañeros y que logró escapar de los verdugos. Hemos hablado con él, aceptó la realidad de los hechos y nos dijo que ni siquiera teníamos idea de la gravedad de los mismos. Sin embargo, a pesar de lo visto y vivido, se negó a rendir su testimonio ante nosotros con el siguiente argumento: "Yo les voy a contar todo, todito, con nombres y apellidos de los muertos y de los asesinos, pero no ahora en tiempo electoral. Al nomás que pases las elecciones vienen y me preguntan y les digo todo").

Con estos casos comenzó a gestarse un método que luego se generalizó; interrogar bajo tortura a los sospechosos antes de ejecutarlos. Con ese procedimiento, el mando de las FPL en el Paracentral, lograban "sacar confesiones" que involucraban a otros combatientes, que a su vez corrían la misma suerte e involucraban a otros, formando una cadena cada vez más numerosa de sospechosos y ejecutados. "Al final, para que ya dejaran de torturarlos tan cruelmente, los compas decían que sí, que ellos eran infiltrados y que también lo eran los otros por quienes le preguntaban", dice Goyo.